Información adicional
| Peso | N/D |
|---|---|
| Dimensiones | N/D |
| Páginas | 282 |
| Formatos | Digital, Papel |
| Publicación | 2008 |
Cartas desde una soledad
En esas cartas, escritas con el propósito de dar una noticia, presentar a un amigo, comentar un libro o acompañarse un poco, uno puede conocer la altura de los seres humanos que las firman. Puede identificar las convergencias de los tres grandes escritores que se comunican y tocar la honestidad y la solidaridad que los mueve sin tener en cuenta las circunstancias del momento en el que se han puesto frente a las hojas blancas. Hay pautas y períodos de silencios que tienen también sus elocuencias, pero hasta en las pequeñas catástrofes privadas que se asoman entre las líneas dispuestas a atravesar el mar, se halla un afán de entendimiento, una temperatura que hace esfuerzos por sustituir el contacto físico o la voz humana.
La correspondencia entre la filósofa condenada a vivir fuera de su patria y el poeta destinado a morir en un insilio sin ventanas, muestra a dos intelectuales sometidos a presiones bárbaras que hallan los resplandores de la libertad en emplazamientos complejos.La señora Zambrano, en las luces ajenas y dispersas de la España peregrina; Lezama Lima, en la oscuridad del patio de su casa, en los desfiladeros de su biblioteca, en el laberinto de los mosaicos, donde él se consideraba un peregrino inmóvil.
En el prólogo del libro, el poeta Jorge Luis Arcos dice que las lecturas de las cartas revelan una de las amistades más hermosas e incitantes de la cultura iberoamericana, «un diálogo desde los profundos, los ínferos, las catacumbas, un diálogo desde una jerarquía intelectual pocas veces igualada». Hay una carta firmada en Roma, en 1956, en la que María Zambrano recuerda el día de su llegada a Cuba y su encuentro con el autor de La cantidad hechizada. «En La Habana recobré mis sentidos de niña y la cercanía del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo niño se siente desterrado. Por eso, quise sentir mi destierro allí, donde se me ha confundido con mi infancia. Gracias por tenerme presente, por no sentirme lejos ni perdida, por saberme de ustedes. De un modo muy verdadero».
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En esas cartas, escritas con el propósito de dar una noticia, presentar a un amigo, comentar un libro o acompañarse un poco, uno puede conocer la altura de los seres humanos que las firman. Puede identificar las convergencias de los tres grandes escritores que se comunican y tocar la honestidad y la solidaridad que los mueve sin tener en cuenta las circunstancias del momento en el que se han puesto frente a las hojas blancas. Hay pautas y períodos de silencios que tienen también sus elocuencias, pero hasta en las pequeñas catástrofes privadas que se asoman entre las líneas dispuestas a atravesar el mar, se halla un afán de entendimiento, una temperatura que hace esfuerzos por sustituir el contacto físico o la voz humana.
La correspondencia entre la filósofa condenada a vivir fuera de su patria y el poeta destinado a morir en un insilio sin ventanas, muestra a dos intelectuales sometidos a presiones bárbaras que hallan los resplandores de la libertad en emplazamientos complejos.La señora Zambrano, en las luces ajenas y dispersas de la España peregrina; Lezama Lima, en la oscuridad del patio de su casa, en los desfiladeros de su biblioteca, en el laberinto de los mosaicos, donde él se consideraba un peregrino inmóvil.
En el prólogo del libro, el poeta Jorge Luis Arcos dice que las lecturas de las cartas revelan una de las amistades más hermosas e incitantes de la cultura iberoamericana, «un diálogo desde los profundos, los ínferos, las catacumbas, un diálogo desde una jerarquía intelectual pocas veces igualada». Hay una carta firmada en Roma, en 1956, en la que María Zambrano recuerda el día de su llegada a Cuba y su encuentro con el autor de La cantidad hechizada. «En La Habana recobré mis sentidos de niña y la cercanía del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo niño se siente desterrado. Por eso, quise sentir mi destierro allí, donde se me ha confundido con mi infancia. Gracias por tenerme presente, por no sentirme lejos ni perdida, por saberme de ustedes. De un modo muy verdadero».
Cartas desde una soledad
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