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El drama del lenguaje
344 páginas
El lenguaje implica como acto natural de habla un fondo táctil y metonímico en consonancia con el entorno vivencial del hablante. Es una taxia antepredicativa que induce un a priori correlativo y una semiosis constante que lo transforma en fondo categorial y perceptivo del conocimiento. De aquí procede una función gramatical mínima y cuántica. Su resonancia de fondo nos exige retomar el valor poético del nombre, del acto de nombrar incurso en toda palabra o esquema suyo. El deseo de conocer e interpretar la realidad nos mueve incluso a percibirla como nunca la conocemos realmente fuera del lenguaje. Es el vuelo del discurso, dice G. Santayana. Su potencia de vuelo le viene, sin embargo, del subfondo ontológico, nouménico, que forma el órgano del pensamiento, predijo W. von Humboldt.
La lingüística académica y el análisis gramatical olvidaron la constitución dramática del pensamiento, ya activa en Platón y heredada, entre otros, por Herder, Gerber, Nietzsche y el mismo Humboldt, a los que siguieron, como intérpretes suyos, Dilthey, Husserl, Heidegger, Jaspers, Benjamin, Merleau-Ponty, Lévinas y Derrida. La claridad mental de la hermenéutica germánica tuvo también respuesta adecuada en filólogos lingüistas o filósofos a veces poco considerados al respecto, como los españoles A. Amor Ruibal, G. Santayana y J. Ortega y Gasset. Resaltamos aquí, pues, el aporte ilustrado de la lingüística naciente y del conocimiento poético en la frontera del siglo XX. El método funcionalista derivado de F. de Saussure lo ensombreció ndebidamente al extrapolar L. Hjelmslev el encubrimiento fenomenológico de las formas, al cual le dio, sin embargo, un giro que recuperaba en la función semiótica la sustancia expresiva que el sistema lingüístico redujo previamente. Giro ya iniciado antes por el lingüista americano Ch. S. Peirce en consonancia con la novedad del método científico esbozado al descubrirse la
radiación atómica de la energía y el fondo cuántico de la materia. Se abre así la escena de un drama, el horizonte de un discurso uniforme –M. Bréal– y apasionante: sintáctico, semántico y narrativo. A las ideas las subtiende un drama, al ideoma un draoma, precisa Ortega y Gasset. Su acción nos implica a todos como actores, autores e intérpretes continuos de la vida.
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La lingüística académica y el análisis gramatical olvidaron la constitución dramática del pensamiento, ya activa en Platón y heredada, entre otros, por Herder, Gerber, Nietzsche y el mismo Humboldt, a los que siguieron, como intérpretes suyos, Dilthey, Husserl, Heidegger, Jaspers, Benjamin, Merleau-Ponty, Lévinas y Derrida. La claridad mental de la hermenéutica germánica tuvo también respuesta adecuada en filólogos lingüistas o filósofos a veces poco considerados al respecto, como los españoles A. Amor Ruibal, G. Santayana y J. Ortega y Gasset. Resaltamos aquí, pues, el aporte ilustrado de la lingüística naciente y del conocimiento poético en la frontera del siglo XX. El método funcionalista derivado de F. de Saussure lo ensombreció ndebidamente al extrapolar L. Hjelmslev el encubrimiento fenomenológico de las formas, al cual le dio, sin embargo, un giro que recuperaba en la función semiótica la sustancia expresiva que el sistema lingüístico redujo previamente. Giro ya iniciado antes por el lingüista americano Ch. S. Peirce en consonancia con la novedad del método científico esbozado al descubrirse la
radiación atómica de la energía y el fondo cuántico de la materia. Se abre así la escena de un drama, el horizonte de un discurso uniforme –M. Bréal– y apasionante: sintáctico, semántico y narrativo. A las ideas las subtiende un drama, al ideoma un draoma, precisa Ortega y Gasset. Su acción nos implica a todos como actores, autores e intérpretes continuos de la vida.
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