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Peso | N/D |
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Dimensiones | N/D |
Formatos | Digital, Papel |
Episodios de la Revolución cubana
128 páginas
«De los héroes, no he de hablarle. Se lee el libro temblando. Los del Apure, arremetiendo desnudos, con la lanza en la boca, contra la cañonera del río, no hicieron más que los de Santa Teresa. Páez en las Queseras, por lo que toca al arrojo, no le saca ventaja a Fidel Céspedes en el Hatibonico. Llame vil al que no llore por su Sebastián Amábile. Para mi hijo no quiero más gloria que la de Viamonde. ¿Quién puede pensar en su Agüero sin que se le salten las sienes? Se ve la caballería, la fuga, el amanecer épico, el descanso. La naturaleza va como coreando a los héroes. Usted los fija en la mente, con su habilidad singular, por lo colorido e inolvidable del paisaje. Hay páginas que parecen planchas de aguafuerte, porque para usted es cera la palabra, y la pluma buril. Huele su prosa donde ha de haber olor; y donde debe, suena. ¿Que no sé yo el trabajo que le ha costado a usted la marcha de Gómez por la llanura de San Agustín? El que lo quiera leer de prisa no podrá, o lo tachará de oscuro, cuando en realidad no lo es, sino que el color es tan intenso y la factura tan cerrada, que ha de leerse sin perder palabra, por ser cada línea idea o matiz.
Al principio parece que la mucha fuerza de color va a sofocar el incidente, o que el brío de la luz no va a dejar ver bien las figuras, o que del deseo de concretar y realzar puede venir alguna confusión; pero el que sabe de estas cosas ve pronto que no tiene que habérselas con un terminista, que se afana por dar con voces nuevas, sino con un artista en letras, que lucha hasta expresar la idea con su palabra propia. Desde que leí un cuento de usted, sobre cierto capitán de partido, vi que entendía el carácter y adoraba el color, y que lo único que le sobraba era mérito. Otro le paleará un adjetivo o le disputará un verbo; yo, que sé lo que se suda en el taller, saludo con un fuerte apretón de manos al magnífico trabajador.»
José Martí
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«De los héroes, no he de hablarle. Se lee el libro temblando. Los del Apure, arremetiendo desnudos, con la lanza en la boca, contra la cañonera del río, no hicieron más que los de Santa Teresa. Páez en las Queseras, por lo que toca al arrojo, no le saca ventaja a Fidel Céspedes en el Hatibonico. Llame vil al que no llore por su Sebastián Amábile. Para mi hijo no quiero más gloria que la de Viamonde. ¿Quién puede pensar en su Agüero sin que se le salten las sienes? Se ve la caballería, la fuga, el amanecer épico, el descanso. La naturaleza va como coreando a los héroes. Usted los fija en la mente, con su habilidad singular, por lo colorido e inolvidable del paisaje. Hay páginas que parecen planchas de aguafuerte, porque para usted es cera la palabra, y la pluma buril. Huele su prosa donde ha de haber olor; y donde debe, suena. ¿Que no sé yo el trabajo que le ha costado a usted la marcha de Gómez por la llanura de San Agustín? El que lo quiera leer de prisa no podrá, o lo tachará de oscuro, cuando en realidad no lo es, sino que el color es tan intenso y la factura tan cerrada, que ha de leerse sin perder palabra, por ser cada línea idea o matiz.
Al principio parece que la mucha fuerza de color va a sofocar el incidente, o que el brío de la luz no va a dejar ver bien las figuras, o que del deseo de concretar y realzar puede venir alguna confusión; pero el que sabe de estas cosas ve pronto que no tiene que habérselas con un terminista, que se afana por dar con voces nuevas, sino con un artista en letras, que lucha hasta expresar la idea con su palabra propia. Desde que leí un cuento de usted, sobre cierto capitán de partido, vi que entendía el carácter y adoraba el color, y que lo único que le sobraba era mérito. Otro le paleará un adjetivo o le disputará un verbo; yo, que sé lo que se suda en el taller, saludo con un fuerte apretón de manos al magnífico trabajador.»
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