POESÍA COMPLETA DE PEDRO JUAN GUTIÉRREZ

POR: VIRGILIO LÓPEZ LEMUS

En la Serie Biblioteca Cubana de la Editorial Verbum de Madrid, ha salido Toda la poesía (1994-2021) de Pedro Juan Gutiérrez. Me consta que este afamado narrador escribe poemas desde su juventud (desde que lo conozco), y que es muy posible que el culto a la obra lírica preceda a su mucho éxito como novelista y cuentista, y antes de su labor como periodista. Durante un buen tiempo fue un artista performático, se dedicó con fuerza al poema visual casi en solitario en Cuba, participó con ello en eventos internacionales en varios países, y publicó poemarios antes de ser el célebre autor de Trilogía sucia de La Habana y de El rey de La Habana. En todo caso, ha sido siempre un poeta. Y un poeta creativo y rupturista, enfrentado al verso libre y a la estructura versal o prosística, para comunicar su «estro», su afán creativo.

Gutiérrez utiliza ahora el mismo título que en 1961 le signara Pablo Armando Fernández a su compilación lírica anterior a los años sesenta, pero Pedro Juan quiere dar con Toda la poesía un sentido más completo y un valor determinado, un reconocimiento y fijación (digamos canonización, llevada a su canon personal) de su obra poética de casi treinta años, pero en la que se reúne mucho tiempo más. En la etapa que él señala como la de su creación reunida en el grueso volumen Toda la poesía, vemos que se inclinó no solo a continuar con el realismo sucio (llamémosle ahora «lirismo sucio», si fuera posible la paradoja), sino también a sacar partido del intenso drama de lo marginal o de lo marginado, que en su obra narrativa sobresale.

En más de quinientos cincuenta páginas intensas, brumosas, muchas duras y de fuerte reto a la realidad, se halla «la belleza de lo imperfecto» (título de un poema), la roña de la vida, el acicate vital, la obsesión y el duelo con las palabras para que ellas expresen lo que el poeta quiere, rodeado de violencias (social, interpersonal) que el lenguaje apoya. Pedro Juan no hace versos a las mariposas y a las margaritas visitadas por alas multicolores, lo multicolor es la variedad intensa de la vida, la suya y la que le rodea, la de otros, el prójimo irredento, lleno de lo que el cristianismo llama «pecado», en medio de la lucha vital, de basto sino. Si hay un trasfondo metafísico, este se debe al empuje verbal, a la dinámica expresiva que desea abarcar algo así como «el destino humano», «la condición humana», el arraigo y el desarraigo, el arreglo y el desarreglo, la frente crispada y cierta serenidad en lontananza. Él mismo ratifica su mirada hacia el poeta en el «Prefacio» que escribe para su libro: «El poeta es un hombre, o una mujer, solitario y silencioso aunque intente disimular y acceda a un poco de vida social. Solo un poco. Lo suficiente para alimentar los sentimientos mejores de su naturaleza», y, enfático, cierra esa suerte de prólogo o poética con frase rotunda, vencedora de la soledad: «Nunca estaremos hundidos mientras tengamos poetas y poesía que nos den impulso y aliento para seguir en este viaje infinito, sin comienzo ni fin, que es la vida».

Entre verso libre (libérrimo) y prosa (de El arte de ganar y perder, 1997-1921), el tono conversacionales se sostiene por el conste recurrir a lo anecdótico, a los verbos de acción y de movimiento, a la zaga del acontecimiento, al disfraz de la ternura. El poeta no quiere dejar de abarcar las simas humanas, las siente y la presiente, las observa y las sintetiza en textos de intensidad efusiva.

Cierto pensamiento poco dado a la valoración identitaria llamó «el Paganini cubano» al gran Brindis de Salas, o denominó a un puerto insular del sur habanero de poca belleza como «la Venecia de Cuba». Sería lo mismo llamar a Pedro Juan Gutiérrez el Bukowski cubano, o caribeño, o antillano. El gran autor estadounidense realizó su obra narrativa, y también en versos, en una realidad diferente, pero es cierto que ambos poseen una parecida actitud visual ante la circunstancia. Él provenía de una generación llamémosle disidente, «generación perdida» o beat y Pedro Juan es parte de una promoción cubana más o menos nacida en los años 1946 y 1950 considerable como subyugada o preterida por la generación anterior o por las próximas. Quizás por eso en su obra la mirada filosófica del mundo predominó sobre la base del margen social, de la palabra fuerte y sin disimulo, en una tradición que tiene lejano ascendente en el marqués de Sade y su obra narrativa (sobre todo de Justine o los infortunios de la virtud, o la atribuida Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje), esto último sobre todo en el ámbito de la narrativa, pero que no deja de tener validez en Toda la poesía.

Ver la llaga puede estar bien, ponerle el dedo encima quizás indique valor de curación, describirla ya es otro cometido, ya se juega en otro campo, en el de la estética. Las categorías de lo bello y de lo feo tienen sus diversos poetas cada una, los unos van hacia la «poesía pura», la metapoesía, otros avanzan por el baudelariano sendero de Las flores del mal. Entonces Pedro Juan no se sale de lo tradicional cuando irrumpe con un afán de ruptura en el campo de las letras. De Sade a Baudelaire, de Whitman a Bukowski, su derrotero tiene diversidad de antecedentes, de líneas creativas, que él sabe desempeñar en el orbe narrativo, pero también, como se advierte en la conjunción de libros de Toda la poesía, en su primada labor como poeta.

No nos creamos que la suya es una pose de hombre marginal; si se le conoce bien, se advertirá su cultura, sus copiosas lecturas, su trasfondo de hombre culto y de ello dan fe muchos de los poemas de este libro, cuajados de citas, de referencias literarias o de arte, y de menciones de autores de Europa, América y Asia. Si hubiese dudas de ello, léase con detenimiento el «Prefacio» que acompaña a su conjunto, a su summa poética, pues allí no hay una mera introducción a sus poemas sino una reflexión de poética, un credo, una manera (estética) de mirar al mundo.  El «juego» de la literatura en él tiene connotación segura de seriedad. No hay que llenarse de engaños creyendo que Pedro Juan Gutiérrez es un autodesterrado de las letras o de la cultura en general, alguien que trabaja con la roña del antimérito y de la improvisación, un opositor desde el signo de Anarkos de las convenciones vitales y propiamente literarias. Su sensibilidad le lleva hacia esos polos que la mayoría de los escritores dejan a un lado, a cierto naturalismo (Émile Zolá en la memoria) que otros poetas y narradores explotaron como una moda, la moda bukowskiana, y que para el autor de Trilogía sucia de La Habana resulta su manera particular de mirar y calibrar y expresar las circunstancias. Compleja circunstancia de una Cuba debatida, en lo interno y lo externo, por más de sesenta años de una revolución disidente del capitalismo, disidente del sistema que comanda los Estados Unidos de América. Y eso está en el trasfondo de la obra «desprejuiciada» de este autor que ha preferido correr la suerte de su país, de su población, de la gente que le da sus temas y problemas y sus motivos creativos.

¿Es un «maldito» o un «enfant terrible» salido de las Vanguardias? Pedro Juan se expone en su poesía no como un mero complemento de su obra narrativa sino como obra per se, pero como en su narrativa en ella la base es anecdótica, la fabulación le da pie desde escenas de su propia vida o de la que ve en torno.  La anécdota está centrando hasta los textos más breves, y el verso libre que emplea ha sido aprendido (aprehendido) de la corriente coloquialista de la poesía cubana. Él pertenece a una hornada de creadores que reaccionó contra el coloquialismo, algunos por medio de las formas clásicas, otros con cierto grado de hermetismo influido por el gran maestro José Lezama Lima, y otros asumieron el tono conversacional con mucho mayor sentido lírico que el habitual entre los coloquialistas más homogéneos (de la llamada generación de los años cincuenta, nacidos entre 1925 y 1945 aproximadamente), pero Pedro Juan no dejó a un lado la epicidad, ha trabajado con el epos incluso en su poesía más delicadamente íntima, porque con propiedad su sentido íntimo se expone, sale a la superficie, es exteriorizado, apela al exterior más que a la recóndita privacidad de la expresión transida. Sin ser lo que corrientemente conocemos como un «poeta épico» (y no es un intimista), Pedro Juan es un autor de epicidades y el externo lirismo y hasta las no pocas ternuras pasan por ese matiz, por ese tamiz. No es un «maldito» sino un conocedor consciente de lo que hace. No es un enfant terrible porque su actitud no es la de un surrealista de choque personal con la sociedad.

¿Y qué es, entonces? Creo que un poeta que halló su camino en el exteriorismo, en el culto al suceso, a la trama violenta, a la realidad a veces brutal. La violencia es uno de sus rasgos esenciales, no solo la que describe, sino la que impulsa mediante la palabra. Pedro Juan no «sacrifica» su vocación de lírico, sino que saca de la realidad turbulenta lo que de poesía hay en ella y de su personal historia de vida toma no pocos elementos para la trama poética.

Puede más bien que lo consideremos un poeta barroco. Véase en su «Prefacio» su definición del poeta:

Son los poetas los que se atreven a quitarse las máscaras que siempre usamos en la sociedad (las máscaras de profesor, de padre, de esposo, de soldado, de intelectual, de sacerdote, etcétera) para reducir, limitar y poder manejar nuestro papel en las relaciones con los demás. Es el poeta el que cumple su misión y se atreve a quedarse en soledad y, ya sin la protección de la máscara,
llegar al fondo de la oscuridad e iluminar lo que la gente no podía ver. Es el poeta quien nos hace comprender y aceptar que hay gente diferente a nosotros. Hay un mundo infinito, y desconcertante, más allá.

La máscara, tema para Severo Sarduy, apela a ese sentido (neo) barroco en que el autor puede redactar sus textos como Sade o como Baudelaire, aunque el simbolismo esté detrás del segundo. Quitarse la máscara es parte del proceso de carnavalización, tan frecuente como tecné en la obra narrativa de Pedro Juan. Y el poeta parece ser un «desenmascarado», uno que pone el rostro ante la intemperie (sobre todo social) y se decide a expresarse a sí mismo, que es la mejor manera de expresar conjuntos humanos.

Hay que ver que el poeta ahora decide que su obra lírica es aquella que acumuló tras sus cuarenta años de edad. Qué curioso, nada de Rimbaud en cuanto a la rápida entrega de sus versos, nada de muchacho despistado ante el dolor del mundo. Maduro y firme, salva esto o aquello de sus etapas anteriores y arma sus libros desde 1994. El primero reunido es Espléndidos peces plateados, de ese año. Es el conjunto de la sinceridad y de la confesión, con una poesía que se compromete a ser confesional antes que testimonial, pero que no deja de ser esto último. Un yo a todas luces derivado de cierto neorromanticismo expone su visión del mundo y su «juego» vital. Juguemos con la idea del influjo de Walt Whitman, si nos apartásemos de la identidad del poeta y buscásemos modelos que hayan influido su obra de manera directa o inadvertida. Puede que detrás esté también la poderosa irreverencia del gran cubano Samuel Feijóo, de cuyas obras Pedro Juan debe haber bebido de modo consciente o tal vez inconsciente. El monólogo de quien está solo frente a la noche teje un nocturno que, quiéralo o no el poeta, se queja de su existencia(lidad) porque, aunque se resista al quejido, los goznes humanos resuenan, se resienten, declaman: «Me pesan como dos plomos las alas. / Ya no sé si llegaré. /
No sé si existe la otra isla».

Entre la especie depredadora que somos, no pocos se podrían identificar con estos versos:

Los derrumbes dentro de mí. Todo que se cae a pedazos.

El terremoto que resquebraja.

Y por eso tanto ruido en mis oídos.

Y yo aterrado. No sé dónde meterme.

Y salgo despavorido. Corriendo.

El ser que precisa de sicólogos, de siquiatras, de pastillas y antidepresivos, o del alcohol y las drogas, siente el estruendo en torno y parece que dentro de sí se derrumba el mundo. El narrador irrumpe a nada paso, y aun tomando el sendero poético, la anécdota aflora sin precipitación, pero con exactitud, intensidad y calidad expresiva:

Hace años escribí un poema triste,

morboso dijo alguien, molesto después de leerlo.

Yo estaba de madrugada en el hospital de mi pueblo

cuidando a un tío muy grave.

Salí a fumar un cigarro al parqueo

y mientras estaba allí, en la oscuridad,

sacaron a un muerto en una camilla

y lo dejaron un rato bajo la luna.

Pedro Juan, que ha trabajado con el morbo en sus libros narrativos, no lo disimula en sus poemas, y ello tiene que ver tanto con el desempeño vital de «personajes» como con la sexualidad. Es cierto que aquí, en sus versos, la presencia del sexo se atenúa en su énfasis carnal, y no es precisamente desgarradura sexual la falta de mujer o el existencialismo visual (solitario) frente al mar. La noche, la sensualidad, el escenario de La Habana, la circunstancia y el ser desgarrado o no frente a ella, dan llama a la hoguera de sus libros, y ya en Fuego contra los herejes (1995-1996) lo que parecía ser saturación se desdobla en lo objetal, que no es lo mismo decir que en lo objetivo, sino en el ámbito de los objetos que van siendo una camisa, una botella (con licor fuerte), periódicos, un nombrar las cosas que se suceden como partes del entramado vital de una poesía de la experiencia. El sujeto lírico sigue siendo ese yo irreverente con que romantiza el poeta su discurso lírico, y cuando aparece «el otro», o «la otra», no existe un sentimiento de otredad entrañada, sino una reafirmación de ese yo frente a sus semejantes. El yo-identidad es el centro irradiador del poema.

El Pedro Juan poeta-visual pone en juego precisamente ese órgano sensorial principalísimo, para una poesía sobre todo de la vista en que hasta los sonidos parecen ser percibidos con los ojos. La mirada hace su paneo, es a veces cinematográfica, también descriptiva con sutileza, ambientadora, crea ambiente, delimita. Las personas que pasan por su lado (amigos, mujeres, niños…) tienen sus esencias corporales y anímicas, no son meras partes del decorado, como pueden ser los objetos. Entre las personas y sus útiles (sus cosas) hay una relación, sin embargo, sostenida por la visualidad. Y el poeta nos obliga a ver. No puede decirse que sea una poesía descriptiva, al modo paisajista de los románticos, pero el paisaje urbano cala en cada poema y ofrece el contexto, cuando no la directa alusión.

El trabajo «realista» en el ámbito lírico es una conquista de la poesía coloquialista, con el tono conversacional como centro estilístico, y Pedro Juan saca partido de ello. Y ello lo conduce a la reflexión, a una poesía meditabunda que en un poema como «Nuevo elogio de la locura», encarna en atisbos de crítica social, de enfrentamiento de ese yo sujeto lírico con la realidad monda que le reta. Pero el poeta no quiere filosofar, por eso irrumpe la negativa de la reflexión en un poema como «Sábado por la tarde», en que el poeta acude a lo que podría tenerse por exageración sexual, cierta dosis de desenfado erótico, y dionisíaco soporte del «hacer el amor» que en verdad es «hacer el sexo».  De paso, suelen aparecer orishas del panteón de la santería cubana, pero de modo diferente a como lo hicieron poetas como Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat o Miguel Barnet, quienes ofrecieron cierto grado de espiritualismo en tales apariciones religiosas. En los poemas de Pedro Juan los orishas parecen más bien ser «integrantes» del ambiente. Casi pareciera que Yemayá o una mulata del barrio tuvieran semejante rango lírico o al menos fueran menciones contextuales análogas. El culto a las deidades es de todos modos un trasfondo en esta poesía que quiere retratar (visualización) el ambiente social en que se desenvuelve, de donde brota.

A veces me parece que es el periodista quien arma un texto poético, el poeta-periodista dicta con la mirada su vida en su realidad, hace la crónica del ambiente. Todo en torno puede parecer una parafernalia, pero el poeta tiene sus constantes: La Habana, el barrio, el mar, el ron, los otros… y yo. El «mundillo» irreverente gira en torno a ese yo y toma sentido por la mirada penetrante del poeta. No en la dimensión del juicio, Pedro Juan no es un juzgador de la circunstancia sino un apasionado comentarista, cronista, un develador de aristas que pueden escapar en el fragor de lo cotidiano. Esta poesía de la circunstancia posee una fuerte impronta de la cotidianeidad, sin dictados éticos, pues aunque se presenta el rango de la eticidad, al poeta no le importa tanto hacer un «discurso del método» ni tampoco un «elogio de la locura».

Veamos algunos resortes estilísticos de Toda la poesía: presenta con arraigado el empleo del tono conversacional, epicidad, abandono del subjetivismo intimista, praxis frente a reflexión, exposición (develamiento) vs juicio o enjuiciamiento de lo circundante, el presente como dimensión temporal privilegiada, cierto rasgos de humorismo o de cinismo, carácter anecdótico, influjo del periodismo en cuanto a cierta búsqueda de objetividad de las circunstancias, violencia expresiva muchas veces armada por un léxico de fuerza, movimiento, acción, cierto prosaísmo, valores descriptivos, empleo del verso libre y de la prosa poética. La estructura del poema suele ser la del corte sicológico o rítmico de los versos según sus contenidos. No hay un continuo empleo de elementos tropológicos, si bien Pedro Juan arma sus tpoemas desde una imagen (en la cual está implícita la visualidad), pero no es recurrente frente al símil, a la metáfora ni emplea demasiado las elegancias del lenguaje, pero sí las figuras de pensamiento como las pictóricas, lógicas, patéticas (interrogaciones, prosopopeyas), alusiones, reticencias, figuras oblicuas, no exentas de sarcasmos y hasta de ironías en menor grado. Su quid es la antirretórica que de todos modos da pie a una retórica por cierto muy coloquial. El conjunto devela una poesía sensorial apoyada más en lo material, aunque se disimula o enmascara el interés espiritual que muchas veces advertimos como suerte de coda en cada poema. Es una poesía eminentemente citadina y el sujeto lírico aparece definido como ente de ciudad.

Por último, en mis apreciaciones no debería faltar la singularidad de la presencia de la viñeta, el pequeño relato y del poema en prosa de No me interesa alzar la voz, y de El arte de ganar y perder. Un poco en el espíritu de On the road de Jack Kerouac, parece una poesía del camino, de la peregrinación de Pedro Juan Gutiérrez por zonas de La Habana, en que lo turbio y lo diáfano se dan la mano. En esta parte del conjunto aparece con mayor claridad el conjunto de lecturas del poeta, la presencia de la intertextualidad con otros autores, el comentario más bien literario, pero no todo aquí es realidad vivida sino también imaginada, incluso en el paisaje, incluso en la aprehensión visual llamémosle literaturizada. Hay que tener cuidado con declarar a esta poesía como pura testimonial, porque la imaginación y el genio de enredo del poeta presiden escenas que nacen en su mente. Creo que hay una mayor conciencia del carácter de literariedad del conjunto y hasta de cada texto, menos espasmódico, más nietzscheano pero también dionisíaco. Sin dudas es una zona densa de su poesía, en que el lector mejor se aviene a leer la propuesta lírica como una viñeta, como un ejercicio de entendimiento. El mejor ejemplo de ello es «Lo imposible», suerte de poética mediante cuyo texto el autor quiere exponer ante el lector el juego de su ideal expresivo:

Quisiera incluir en mis poemas las pequeñas flores amarillas de la mostaza. La eternidad infinita, un rasgo apenas, como hace William Carlos Williams. Bueno, quiero decir, incluir todo. No sólo la furia y las tormentas y los rayos. Los hierros de Ogún y el sexo desenfrenado con mujeres ansiosas. La ternura que invade el mundo con tibieza. El suave rasgar de este lápiz sobre el papel, el leve rumor de
la televisión que oigo a lo lejos. Preparo un té en la cocina. Escribo un poema leve que se disuelve mientras una partícula atómica viaja en una millonésima de segundo de un extremo a otro de la galaxia. Y de este modo lo imposible es
el misterio. Las flores amarillas de la mostaza siguen su vida equilibrada y fructífera en el jardín.

Ese «quisiera ser», «quisiera hacer», es en verdad una declaración en que aparecen las obsesiones del poeta (las de la mujer y el sexo, ¿por qué ambas tantísimas veces a lo largo de Toda la poesía?, pregunta para realizar búsquedas sicológicas) o la incorporación de la praxis religiosa (la alusión a Ogún, deidad u orisha de la santería), o incluso de la belleza que puede estar vinculada a esas flores de mostaza que evocan un rápido sentido visual. Hay que darnos cuenta que con la extrema mención (a ojos vista) de sus obsesiones sobre todo sexuales, el poeta a veces puede querer ocultar más de lo que devela, y ello es un rasgo de complejidad sicológica de su propuesta poética.

Tan complejo mundo expuesto puede dar lugar a ensayos de mayor calado y extensión. Mis apuntes vienen a tratar de asimilar un conjunto poético no ancilar, no dependiente de la narrativa de este novelista y cuentista de fama merecida. La poesía no es para él un violín de Ingres literario, sino un punto de llegada expresiva, una esencialidad, no una labor adjunta. El valor de su obra total se acrece con Toda la poesía, donde la sinceridad, el desvelamiento de lo circundante y la magia de la escritura se dan cita de manera memorable.

La Habana, enero de 2022.

El libro:

Toda la poesía (1994 / 2021) (editorialverbum.es)

¿Te ha gustado este artículo? Deja un comentario.