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| Peso | N/D |
|---|---|
| Dimensiones | N/D |
| Formatos | ePub, Papel |
Los indios. Su historia y su civilización
236 páginas
“Los indios de nuestros tiempos no pueden dar ningunas noticias acerca de la historia de ese pueblo desconocido; los que vivían hace trescientos años, al tiempo del descubrimiento de América, tampoco han dicho nada de que se pueda siquiera inferir una hipótesis; las tradiciones, que son monumentos perecederos y sin cesar renacientes del mundo primitivo, no dan luz ninguna; y sin embargo, no se puede poner en duda que allí vivieron miles y miles de nuestros semejantes. ¿Cuándo llegaron pues? ¿Cuál fué su origen, su destino y su historia? ¿Cuándo y cómo perecieron? Nadie lo podrá decir. ¡Cosa extraordinaria! Hay pueblos que han desaparecido tan completamente de la tierra, que hasta se ha borrado la memoria de su nombre; se han perdido sus lenguas; su gloria se desvaneció, como un sonido sin eco; pero ignoro si existe uno sólo que no haya dejado, por lo menos, un sepulcro en recuerdo de su paso por este mundo. ¡Ay! y que de todas las obras del hombre, la más durable sea la que pinta mejor su existencia perecedera y fugaz. Aunque el vasto país lo hayan habitado numerosas tribus de indígenas, se puede decir con justicia que en la época del descubrimiento, no formaba todavía más que un desierto. Los indios lo ocupaban, pero no lo poseían, supuesto que el hombre se apropia el terreno por medio de la agricultura, y los primeros habitadores de la América del Norte vivían del producto de la caza. Sus implacables preocupaciones, sus pasiones indómitas, sus vicios y lo que tal vez es más, sus virtudes agrestes, los entregaban á una destrucción inevitable. La ruina de esos pueblos se ha entablado desde el día en que arribaron allí los europeos; desde entonces, siempre ha sido continuada; y acaba de verificarse en nuestros tiempos. La Providencia, colocándolos en medio de las riquezas del Nuevo Mundo, no les había dado al parecer sino un corto usufructo; y como que sólo estaban allí interinamente. Esas costas, tan bien preparadas para el comercio y la industria, esos ríos tan hondos, ese inagotable valle del Mississipí, ese continente todo entero, se ostentaba entonces como la cuna aún vacía de una nación grandiosa”.
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“Los indios de nuestros tiempos no pueden dar ningunas noticias acerca de la historia de ese pueblo desconocido; los que vivían hace trescientos años, al tiempo del descubrimiento de América, tampoco han dicho nada de que se pueda siquiera inferir una hipótesis; las tradiciones, que son monumentos perecederos y sin cesar renacientes del mundo primitivo, no dan luz ninguna; y sin embargo, no se puede poner en duda que allí vivieron miles y miles de nuestros semejantes. ¿Cuándo llegaron pues? ¿Cuál fué su origen, su destino y su historia? ¿Cuándo y cómo perecieron? Nadie lo podrá decir. ¡Cosa extraordinaria! Hay pueblos que han desaparecido tan completamente de la tierra, que hasta se ha borrado la memoria de su nombre; se han perdido sus lenguas; su gloria se desvaneció, como un sonido sin eco; pero ignoro si existe uno sólo que no haya dejado, por lo menos, un sepulcro en recuerdo de su paso por este mundo. ¡Ay! y que de todas las obras del hombre, la más durable sea la que pinta mejor su existencia perecedera y fugaz. Aunque el vasto país lo hayan habitado numerosas tribus de indígenas, se puede decir con justicia que en la época del descubrimiento, no formaba todavía más que un desierto. Los indios lo ocupaban, pero no lo poseían, supuesto que el hombre se apropia el terreno por medio de la agricultura, y los primeros habitadores de la América del Norte vivían del producto de la caza. Sus implacables preocupaciones, sus pasiones indómitas, sus vicios y lo que tal vez es más, sus virtudes agrestes, los entregaban á una destrucción inevitable. La ruina de esos pueblos se ha entablado desde el día en que arribaron allí los europeos; desde entonces, siempre ha sido continuada; y acaba de verificarse en nuestros tiempos. La Providencia, colocándolos en medio de las riquezas del Nuevo Mundo, no les había dado al parecer sino un corto usufructo; y como que sólo estaban allí interinamente. Esas costas, tan bien preparadas para el comercio y la industria, esos ríos tan hondos, ese inagotable valle del Mississipí, ese continente todo entero, se ostentaba entonces como la cuna aún vacía de una nación grandiosa”.
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