El hijo pródigo y los exiliados españoles
Nilo Palenzuela
Para apreciar el valor del libro de Nilo Palenzuela, es necesario recordar que la revista mexicana El Hijo Pródigo (1943-46) comenzó a editarse cuando ya habían desaparecido otras muy vinculadas al exilio español como Taller, Romance o España Peregrina, aunque el espíritu de esta última seguía animando Cuadernos Americanos. Según ha quedado expuesto en los trabajos de José Luis Abellán y Francisco Caudet (a quien Palenzuela remite justamente en su prólogo), el americanismo edénico, inducido por el aparente hundimiento cultural europeo y por aquella lógica apocalíptica que esgrimía Juan Larrea con tanta contundencia como ingenuidad, sonaba en Cuadernos Americanos muy poco acorde con las inquietudes reales de los intelectuales mexicanos. Así surgió El Hijo Pródigo, impulsada por Xavier Villaurrutia, Samuel Ramos y Octavio Paz, y bajo la dirección de Octavio G. Barreda.
La participación de los exiliados españoles en El Hijo Pródigo fue muy considerable, pero nunca determinante. Esa circunstancia facilitó el desarrollo de aquella publicación al margen de las inevitables tensiones emocionales e ideológicas que habían dado nervio a las revistas donde hubo de canalizarse el torrente de creatividad favorecido por la república española y enfangado y ahuyentado por el régimen franquista. El libro de Nilo Palenzuela se centra en las páginas que aportaron a aquella revista los intelectuales «trasterrados» en tanto que filósofos, poetas, críticos, traductores, sin el valor añadido de estar prolongando fuera de España lo que ellos consideraban, con tanto derecho, la verdadera cultura española.
Sin embargo, históricamente considerado, ese valor es innegable. El interés del libro que comentamos radica precisamente en destacar el alcance y la densidad de los trabajos que seguían realizando quienes ya vislumbraban su futuro profesional al margen de nuestro país. Pero Palenzuela no se limita a dar constancia o a describir, sino que «participa» en el trasiego de ideas: discrepa de Pedro Salinas a propósito de la poesía de Altolaguirre, amplifica la vibración demoniaca de la poesía según José Bergamín o subraya la saludable insolencia con que el humor de Max Aub irrumpía en el ambiente de los exiliados, tan cerca siempre del ensimismamiento.
Adoptando esa forma clásica de discurrir que consiste en ensayar sobre lo ensayado, el autor pasa de un tema a otro con agilidad: por momentos se diría que Palenzuela escribe para un Hijo Pródigo de hoy. Esa virtud, no exenta de amenazas —dispersión, visión fragmentaria—, se pone de relieve sobre todo en los capítulos dedicados a Luis Cernuda, David García Bacca y María Zambrano, que entonces se encontraban en tramos fundamentales de sus respectivas trayectorias. Cernuda aún vivía en Escocia, y desde allí colaboró en la revista con su poema «Quetzalcóatl» —compuesto años antes de pisar México por primera vez— y otros escritos teóricos en los que se aprecia cómo la asimilación de la lírica inglesa lo alejaban de la estética juanramoniana (el futuro «Premio Nobel de los exiliados» le respondió, en la misma revista, a su estilo airado y luminoso). Y tanto García Bacca como María Zambrano reflexionaban sobre las relaciones entre filosofía y poesía por derroteros que, según destaca Palenzuela, suponían una derivación crítica y fértil de la escuela filosófica formada en torno a Ortega.
Uno de los máximos discípulos de Ortega, José Gaos, aparece en la revista con motivo del debate sobre Juan de la Cruz que, organizado poco antes por la editorial Séneca, fue publicado por El Hijo Pródigo, y que Palenzuela nos ofrece como sustancioso colofón de este libro. El filósofo español estaba ya integrado en el ambiente académico mexicano, lejos de una España que, como él mismo dijo, era «la última colonia que permanecía colonia de sí misma, la única nación hispanoamericana que del común pasado imperial quedaba por hacerse independiente». A propósito del poeta carmelita, el diálogo que entablan Gaos, José Vasconcelos, Octavio Paz, Eduardo Nicol, D. García Bacca y José Bergamín, entre otros, muestra la distancia entre la amplitud de miras del pensamiento ejercido a la intemperie y la miopía oronda con que se pontificaba en la España de entonces, donde alguien como Giménez Caballero se atrevía a afirmar: «El ensayo es un género nacido a la literatura cuando el tratado teológico y dogmático de nuestra edad de oro decaía. Nosotros hemos reaccionado salvadoramente contra ese género tan liberal, tan encantador y tan maléfico que ha sido el ensayo». Hoy resulta absolutamente vacía de interés la religiosidad militante de aquella autoproclamada «Nueva España», y sin embargo las cuestiones debatidas por aquel grupo tan heterogéneo —creyentes y no tanto, o no en el mismo dios, y no creyentes— siguen participando del ensayo interminable acerca de los orígenes del misticismo y la poesía. De la misma forma, una revista tan oficialmente hispánica como Escorial, con sus buenas intenciones erizadas de límites, nos parece hoy sometida sin remedio a lo más paralizante de nuestra historia, mientras que su contemporánea El Hijo Pródigo sigue haciendo historia en la lectura actual.
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Para apreciar el valor del libro de Nilo Palenzuela, es necesario recordar que la revista mexicana El Hijo Pródigo (1943-46) comenzó a editarse cuando ya habían desaparecido otras muy vinculadas al exilio español como Taller, Romance o España Peregrina, aunque el espíritu de esta última seguía animando Cuadernos Americanos. Según ha quedado expuesto en los trabajos de José Luis Abellán y Francisco Caudet (a quien Palenzuela remite justamente en su prólogo), el americanismo edénico, inducido por el aparente hundimiento cultural europeo y por aquella lógica apocalíptica que esgrimía Juan Larrea con tanta contundencia como ingenuidad, sonaba en Cuadernos Americanos muy poco acorde con las inquietudes reales de los intelectuales mexicanos. Así surgió El Hijo Pródigo, impulsada por Xavier Villaurrutia, Samuel Ramos y Octavio Paz, y bajo la dirección de Octavio G. Barreda.
La participación de los exiliados españoles en El Hijo Pródigo fue muy considerable, pero nunca determinante. Esa circunstancia facilitó el desarrollo de aquella publicación al margen de las inevitables tensiones emocionales e ideológicas que habían dado nervio a las revistas donde hubo de canalizarse el torrente de creatividad favorecido por la república española y enfangado y ahuyentado por el régimen franquista. El libro de Nilo Palenzuela se centra en las páginas que aportaron a aquella revista los intelectuales «trasterrados» en tanto que filósofos, poetas, críticos, traductores, sin el valor añadido de estar prolongando fuera de España lo que ellos consideraban, con tanto derecho, la verdadera cultura española.
Sin embargo, históricamente considerado, ese valor es innegable. El interés del libro que comentamos radica precisamente en destacar el alcance y la densidad de los trabajos que seguían realizando quienes ya vislumbraban su futuro profesional al margen de nuestro país. Pero Palenzuela no se limita a dar constancia o a describir, sino que «participa» en el trasiego de ideas: discrepa de Pedro Salinas a propósito de la poesía de Altolaguirre, amplifica la vibración demoniaca de la poesía según José Bergamín o subraya la saludable insolencia con que el humor de Max Aub irrumpía en el ambiente de los exiliados, tan cerca siempre del ensimismamiento.
Adoptando esa forma clásica de discurrir que consiste en ensayar sobre lo ensayado, el autor pasa de un tema a otro con agilidad: por momentos se diría que Palenzuela escribe para un Hijo Pródigo de hoy. Esa virtud, no exenta de amenazas —dispersión, visión fragmentaria—, se pone de relieve sobre todo en los capítulos dedicados a Luis Cernuda, David García Bacca y María Zambrano, que entonces se encontraban en tramos fundamentales de sus respectivas trayectorias. Cernuda aún vivía en Escocia, y desde allí colaboró en la revista con su poema «Quetzalcóatl» —compuesto años antes de pisar México por primera vez— y otros escritos teóricos en los que se aprecia cómo la asimilación de la lírica inglesa lo alejaban de la estética juanramoniana (el futuro «Premio Nobel de los exiliados» le respondió, en la misma revista, a su estilo airado y luminoso). Y tanto García Bacca como María Zambrano reflexionaban sobre las relaciones entre filosofía y poesía por derroteros que, según destaca Palenzuela, suponían una derivación crítica y fértil de la escuela filosófica formada en torno a Ortega.
Uno de los máximos discípulos de Ortega, José Gaos, aparece en la revista con motivo del debate sobre Juan de la Cruz que, organizado poco antes por la editorial Séneca, fue publicado por El Hijo Pródigo, y que Palenzuela nos ofrece como sustancioso colofón de este libro. El filósofo español estaba ya integrado en el ambiente académico mexicano, lejos de una España que, como él mismo dijo, era «la última colonia que permanecía colonia de sí misma, la única nación hispanoamericana que del común pasado imperial quedaba por hacerse independiente». A propósito del poeta carmelita, el diálogo que entablan Gaos, José Vasconcelos, Octavio Paz, Eduardo Nicol, D. García Bacca y José Bergamín, entre otros, muestra la distancia entre la amplitud de miras del pensamiento ejercido a la intemperie y la miopía oronda con que se pontificaba en la España de entonces, donde alguien como Giménez Caballero se atrevía a afirmar: «El ensayo es un género nacido a la literatura cuando el tratado teológico y dogmático de nuestra edad de oro decaía. Nosotros hemos reaccionado salvadoramente contra ese género tan liberal, tan encantador y tan maléfico que ha sido el ensayo». Hoy resulta absolutamente vacía de interés la religiosidad militante de aquella autoproclamada «Nueva España», y sin embargo las cuestiones debatidas por aquel grupo tan heterogéneo —creyentes y no tanto, o no en el mismo dios, y no creyentes— siguen participando del ensayo interminable acerca de los orígenes del misticismo y la poesía. De la misma forma, una revista tan oficialmente hispánica como Escorial, con sus buenas intenciones erizadas de límites, nos parece hoy sometida sin remedio a lo más paralizante de nuestra historia, mientras que su contemporánea El Hijo Pródigo sigue haciendo historia en la lectura actual.
El hijo pródigo y los exiliados españoles
Peso | 240 g |
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