EDDA SARTORI EN LA PRESENTACIÓN DE «ROSA DE GUAYAQUIL», DE LILIANA BELLONE

Una fantasmal voz colectiva nos acompaña cuando leemos Rosa de Guayaquil. Una voz histórica, de versiones y leyendas de nuestros héroes, hombres y mujeres, de caudillaje, guerras, guerrillas, fratricidios, de intrigas. De graves secretos e intereses desde un presente continuo a un presente agónico. Y a la vez, en ese inquietante y sobrecogedor conglomerado de voces, nos escuchamos en nuestro propio decir como lectores, como  narratarios, en esa irrupción, ese guiño, esa vuelta de tuerca dialogando en la mudez con el narrador y cruzándonos en la zona oculta de la lectura, reconstruyendo otros relatos y avatares a partir de los pensamientos del personaje de San Martín y develando la intimidad estremecedora de Rosa. Rosa Campusano Cornejo, Rosa de Guayaquil, la amante amada de San Martín, la mestiza, la tapada, la espía, la Protectora de Lima, la cuidadora de la Biblioteca del héroe. La abandonada, la olvidada.

Monólogos, reflexiones y pensamientos en un registro conversacional, dialógico; soliloquios donde los personajes San Martín, Rosa, Bolívar, Manuela, hija, nieta evocan, piensan, dicen o se desdoblan en sus dudas e inquietudes.

San Martín, personaje histórico y legendario en una multiplicidad de facetas. Héroe, libertador, guerrero, militar, masón.  Esposo, padre, abuelo. Amante y amado. San Martín hijo de la patria nueva. San Martín extranjero. Pensador y hombre de acción. Estratega y hombre de la duda. Lector y escritor. Y agricultor en sus sueños primeros.

En esta figura del pensamiento: San Martín “piensa”, o Rosa “piensa”, en los discursos en primera persona y en la omnisciencia del texto, se articula lo imaginario y lo real para el lector, la dinámica de la lectura que va inquiriendo lo que el personaje piensa. Otro acontecimiento donde el secreto avanza en las técnicas de la narración es lo que se subvierte en las cartas escritas y perdidas, quemadas, rotas, escondidas. La ausencia de la historia, la sustracción de los hechos, de los pensamientos.

Hay una tensión entre la lectura y la acción política nos dice Ricardo Piglia. La lectura es un espejo de la experiencia, la define, le da forma. La lectura entonces como práctica iniciática fundamental. La vida vivida y la vida leída. Una novela donde se piensa y se escribe y se lee. Un narrador que piensa. O más aún: un fantasma, un actor mudo, un autor implícito que le hace contar al narrador lo que piensa y  a la vez ese narrador en libre albedrío cuenta lo que otro piensa. Aquí llegamos en la circularidad de la palabra y en la pluralidad de las voces, al relato dentro del relato.

La novela, en la diversidad de los planos discursivos, en su provocadora estrategia, induce a detectar el misterio, a descifrar el secreto.  Quien narra, quien en su autoría implícita apela al lector, quien marca el discurso de sus personajes, cuenta con nuestro conocimiento previo de los hechos: esa historia inconclusa de guerreros, héroes y pensadores olvidados, hombres y mujeres, expulsados y desaparecidos en innombrables encrucijadas. Hechos recurrentes y entrañables para nosotros, los latinoamerianos. Rosa de Guayaquil, la novela de Liliana Bellone,  pone en marcha la perspectiva, la exploración, de nuevo, de nuestra gesta, el rastreo de causas y consecuencias, ese movimiento apocalíptico en tanto aclarador y avizor de nuestra memoria. Lo novedoso es que ese camino lo transitamos desde la intimidad  más profunda de los personajes, desde el ensimismamiento, desde la emoción, desde el fluir de los discursos, desde la multiplicidad, desde el sitio  del rito de la ensoñación a la realidad. Una inolvidable marcha, circular, insistente, de entretejidos literarios y míticos.

Como en una novela de misterio, alguien tiene lo que falta, alguien lo ha borrado. Pero esta novela lo recupera en esa dimensión atrapante, escénica, cinematográfica, en el encuentro de los personajes San Martín y Bolívar. El juego de espejos, el dilema del doble, la certeza del vacío, del derrumbe de los ideales de emancipación, de unión de las regiones. La traslación de ese presente inmediato al futuro, a este presente. Aquí, ahora. Ese crucial encuadre como herida, como crisis. Y uno de los temblores y hallazgos de la novela. Lo real y lo imaginario. Lo que fue, lo que es, lo que debió ser. Los impedimentos y los desencuentros. En la historia, como en la literatura, podríamos referirnos al complot. Una lógica malvada y sigilosa política que altera el orden del mundo. (Piglia.)

Las cartas – le dice San Martín a su hija Mercedes – son circunstanciales y pasajeras. Hay que creerle al espejo que nos refleja.

Rosa Cornejo, Rosa de Guayaquil en búsqueda de sí misma en el laberinto de una biblioteca que cuida, la biblioteca legada por San Martín. Pasea su pasado y su ensueño entre las voces de los libros de su amante amado, el Libertador, el Protector, quizá en peregrinaje de la cifra que explique el universo de Rosa de Guayaquil. De Rosita Campusano Cornejo.

Soy simplemente una lectora dice

Soy una simple mujer americana

Aquí están Abelardo y Eloísa, Pablo y Virginia. Amo esos libros. Amo la letra. Amo el papel amarillento. Amo las tapas.

Eloísa y Abelardo. La historia de un amor prohibido y la historia de las supresiones, de los mandatos, de las marginaciones. Una referencia constante en los pensamientos de Rosa y en el epígrafe que signa el capítulo de La Biblioteca.

Yo era la amada pero con él fui la amante, la que de rodillas acepta el goce…/

Pero Rosa escribe poemas. Escribir como devenir que desborda cualquier materia vivible o vivida.

Dice

Extraña voz que me dictó poemas que escribo sin métrica

Pobre escritura mía, pobre intento que es más que un sueño

La novela en la generosa apertura de su género comprende el Cuaderno de poemas de Rosa Campusano Cornejo

Oh tiempo acosador

De hombres y bestias

Amigo mío

Te alcancé hace decenios

Desde la literatura y el miedo

Rosa camina entre la luna, la nubosidad, la ceguera. Camina la duermevela de la biblioteca legada. Ella es la cuidadora, la protectora. Quizá encuentre entre las galerías infinitas ese espejo borgeano que la anide o se tope con los dobles o las cartas escondidas o nunca enviadas o con las cenizas de las cartas entremezcladas en los anaqueles y los libros. O quizá descubra eso que permuta, permite, oculta y desplaza la literatura en la disolución, en el olvido y el reencuentro, y que ahora, en el fluir de la escritura de Liliana Bellone, en lo que deviene, da  luz y desenmascara.

Y cito, finalmente, un decir de la novela:

Ay memoria enemiga del reposo

 

Edda Sartori

Buenos Aires, octubre de 2022