“NUESTRA CONDICIÓN ES EL DESTIERRO”

Una conversación con el escritor cubano Eliécer Almaguer

 

Por J.L. Serrano

 

Eliécer Almaguer es un escritor que se mueve con comodidad en los márgenes. Su poesía podría inscribirse, si nos atenemos a las cronologías, dentro de la llamada Generación Cero. Sin embargo, libros como Canción para despertar al forastero y Si Dios voltease el rostro (2011), La flauta del solitario (2013) y Distorsiones del shamisen (2017) se sitúan en las antípodas de las búsquedas expresivas de poetas como Oscar Cruz, Legna Rodríguez, Jamila Medina y José Ramón Sánchez, prescindiendo casi por completo del instrumental utilizado por sus coetáneos. Su discurso lírico, de una autenticidad manifiesta, no propone rupturas o antagonismos con la tradición, antes bien, emprende una exploración personal que no se encuentra reñida con las ganancias de sus predecesores. Estamos ante un poeta obsesionado en mostrar al bicho humano comprimido por sus circunstancias. Asimismo, en los últimos años lo hemos visto convertirse en un novelista tenaz.

 

En la obra narrativa que comienzas a mostrar se observa una propensión a evitar los fuegos de artificios. Tu primera novela transcurre en un ambiente rural que en cierta forma remite a Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas. Ambos libros abordan un espacio geográfica y sociológicamente idéntico. ¿Existe algún tipo de parentesco entre el Celestino de Arenas y el Cheché de El planeta rojo?

 

Curiosamente no me había leído Celestino antes del alba, fue cuando asentaste la analogía entre mi obra y la de Arenas que busqué su novela. Confieso que después de leerla no sentí que existiera conexión entre nuestros personajes más allá de ese espacio geográfica y sociológicamente, (similar diría yo, en lugar de idéntico) que sacas a colación. Arenas se vale de un realismo mágico que en ocasiones resulta traído por los pelos, y el grotesco en Celestino raya lo inverosímil. Por mi parte, con El planeta rojo me planteo un ejercicio de autopsia de la infancia, adentrándome en sus más ignotos recovecos, obrando a la manera de los espiritistas, esos seres que supuestamente pueden “montar un muerto”. Yo tenía que montar el muerto de mi infancia, exhumar su cadáver podrido. Luego, a través de un proceso de transmigración de mi alma adulta dentro del alma del niño que fui, logré revivir mi niñez. La infancia es un asunto tenebroso, al menos el intento de volver a ella sin mentirte. De acuerdo con la creencia de los espiritistas, a veces los muertos se quedan en un limbo; no han podido abandonar la carne porque necesitan resolver alguna pendencia terrenal que todavía les perturba, quizás sientan nostalgia de ese traje que los ha abrigado por tantos inviernos. A este proceso llaman el levantamiento del muerto. La literatura es mi levantamiento, yo escribo desde la caída, o escribo porque soy el caído. Algo apuntas que me parece vital, mi literatura evade los fuegos de artificio, cuando escribo lo que más me interesa es ser sincero, auténtico, creo que la suma de nuestra aspiración debe ser la honestidad. Volviendo al origen de tu interrogante, te reafirmo que no existe entre Arenas y yo ningún parentesco. Claro que es imposible negar su impronta en la narrativa cubana, aunque, ese sello que deslumbra a muchos, no brilla en demasía para mí. Hay autores que te revelan a través de su escritura algo que ya cargabas en tu ser propio, eso no me sucede con la obra de Arenas.

 

Conozco buena parte de tu narrativa inédita. Las dos novelas que has publicado son solo la punta del iceberg. En los últimos años has relegado la poesía para centrarte en la creación de un universo novelesco. ¿Crees que esto haya tenido que ver con tu inserción en una realidad distinta? ¿El hecho de haberte desplazado de un pueblito de campo en la periferia del oriente cubano hasta el vértigo de California, una ciudad del primer mundo, ha incidido en tu forma de captar y plasmar literariamente la realidad?

 

Es innegable que el salto de San Rafael, pueblito de unos pocos habitantes, a quienes conozco por sus nombres y apodos, a esta California vertiginosa y surreal, que me hunde en un anonimato pasmoso, ha estremecido mis concepciones del mundo, y, por supuesto, entre esas creencias, están las literarias. Así que mi forma de plasmar la realidad tiene por fuerza que haber transmutado. ¿Cómo lo ha hecho?, no soy plenamente consciente. Yo me siento a escribir en mi laptop con la misma tenacidad que escribía en Cuba. Tecleo con la sensación de que soy ese pequeño Dios que juega a renombrar el mundo. Escribimos porque el mundo es un lugar incompleto, porque Dios o quien fuera nos ha jugado una broma macabra y ansiamos enmendar las cosas, que nos devuelvan a un paraíso del que no desearíamos haber sido expulsados, aunque nuestra condición es el destierro, y sospecho que si nos pusieran de nuevo en el jardincito ideal volveríamos a encontrar la manera de joderlo todo. Esa es la naturaleza humana. Una naturaleza que ahora intento plasmar lejos del pueblo de mi infancia, con su sola calle despellejada y llena de baches donde se empoza la lluvia. En el otro extremo, las vías perfectamente asfaltadas de California, sus enormes freeways bajo cuyos arcos se amontonan cientos de homeless dándonos una versión disidente del sueño americano, tiroteos masivos, gimnasios donde queman calorías cuerpos de una perfección irreal, el muchacho que fue mi vecina, hoy transformado en una bella mariposa monarca. En un espacio o el otro, la misma humanidad sigue soñando y asesinándose.

 

El torso de vinilo, a pesar de ser una novela poco convencional, resultó finalista en el Premio Verbum 2022, ¿qué opinas de los concursos y premios literarios en general?

 

El hecho de quedar finalista del premio Verbum me sorprendió gratamente, siempre tuve intenciones de publicar en ese prestigioso sello editorial. Los concursos son una plataforma de promoción necesaria. Ahora, no creo que los autores deban escribir, digamos, para caber en las bases de un determinado premio. Hay gente que escribe solo para eso, su literatura es una literatura de torneos, de miserables lides, fabricada para sortear las escaramuzas de los jurados.

 

De El torso de vinilo, ha dicho Evelio Traba que: “es una obra para mentes transgresoras, cuya trama reta, incomoda y emplaza los valores de nuestro decadente mundo moral”. Estamos ante una pieza realmente perturbadora, porque entra de lleno en tópicos que la narrativa cubana no suele manejar. En algunos momentos la historia se adentra en territorios que pueden sobresaltar a muchos de sus lectores. El protagonista ingresa en una zona intermedia, entre una sexualidad extrema y lo sexualmente patológico. Donde antes existió una frontera reconocible, ahora se extiende una franja difusa. Es muy difícil discernir hasta dónde podemos avanzar, impulsados por el deseo, sin hundirnos en la tembladera de lo moralmente inaceptable o patológico. ¿Qué es lo que quiere mostrarnos El torso de vinilo? ¿Una criatura monstruosa fabricada por la ausencia de valores propia de estos tiempos de “modernidad líquida” o un ser humano que tiene la honestidad y el coraje de saltarse todas las barreras en busca del placer?

 

El torso de vinilo no es una novela en el sentido convencional, no podemos describir esa “modernidad líquida” acuñada por Bauman desde cánones trasnochados. No solo narra la historia de un hombre que termina comprando un artefacto sexual para complacer sus más oscuros deseos, también describe el torso de una sociedad. Existen en algunos países, sobre todo europeos, burdeles de muñecas, sus dueños ponderan la higiene casi quirúrgica de tales sitios y la erradicación de enfermedades sexuales, recuerdo la primera vez que vi el torso de un juguete erótico, enseguida imaginé cómo un hombre podría complacerse de esa forma, de los hipervínculos generados por ambas imágenes surgió el germen de mi trama. Clarice Lispector, una autora que admiro profundamente, escribió: libertad es poco, lo que aspiro no tiene nombre. A medida que la humanidad sea más libre será más humana, se alejará de extremos que sí considero detestables, porque, veamos, ¿dónde radicaría la inmoralidad del narrador en primera persona de mi novela? No advierto perversión alguna en el hecho de que este tipo siente deseos eróticos por un juguete sexual, solo la búsqueda de una verdad, de un conocimiento, el valor de adentrarse en los más esquinados recodos de su ser. Aunque, ¿quién se atreve?, ¿quién verdaderamente se atreve a ser fiel a sí mismo, a sus más sórdidos deseos e impulsos? Es obvio que somos seres sociales, y hay límites, pero no registro ningún tipo de anomalía en que un hombre o una mujer exploren su sexualidad hasta llegar inclusive a eso que, a falta de un vocablo más apropiado, pudiéramos llamar patológico. Existen verdaderas desviaciones, horrores que deben ser castigados y penados por ley, como el abuso infantil o la necrofilia, hay en actos de tal magnitud barreras infranqueables, ni siquiera como sociedad, humanamente infranqueables. Fuera de ello, la exploración del goce erótico es un asunto muy íntimo. En El torso de vinilo quise desentrañar nuestros más salvajes deseos con total libertad. Cierto que algunos la considerarán una obra chocante, grotesca, escatológica por momentos; aborda sin ambages temas escabrosos como el abuso y la animalidad del sexo, pero también habla con desoladora ternura sobre los menoscabos de la vejez y nuestro término biológico con el arribo de la muerte; y más allá de todo expone la necrosis de una sociedad, no debemos olvidar que las acciones, deplorables o no de estos personajes se encuentran arraigadas a un entorno social. La sociedad del espectáculo, del desamparo, donde poseemos los más aparatosos y sorprendentes avances tecnológicos, y sin embargo nos alejamos cada vez más de nosotros mismos. El terror que siento, no como novelista, sino como ser humano, es reconocer que también formo parte de esa sociedad, aunque me horroriza más que nada que mi hija de un año crezca bajo la sombra de ese domo de poderes.

 

En tu narrativa reciclas constantemente elementos autobiográficos. Tu esposa, tu propia hija, te sirven de referentes a la hora de construir la historia. Y luego la trama hace que esos personajes experimenten tensiones límites. ¿No te producen estos reciclajes algún tipo de malestar o complejo de culpa?

 

Por suerte, mi esposa no me lee, y a mi hija la usé en la parte del diario, que considero es lo más puro de la novela. Quiero pensar que, si mi niña me lee en 15 o 20 años, encontrará allí la ternura y el sobresalto que edifican el amor de todo padre. Existen ideas de la literatura que se filtran en la vida real, y, en algún momento, al describir a mi personaje con su pequeña en brazos, pensé en el sufrimiento de las mujeres, en el maltrato que sufren, y sentí injustamente que mi pequeña podía haber nacido con el sexo erróneo. El torso de vinilo contiene un filón feminista, sé cuánto se ha abusado del término, pero me refiero a la búsqueda de una concepción del mundo en donde hombre y mujer puedan convivir con verdadera aquiescencia, un mundo donde se borren expresiones como acoso sexual o violación masiva. Entonces, no experimento malestar o sentido de culpa por exhibir conductas nocivas a través de mi literatura. Por otro lado, dentro de una novela no existen seres reales sino personajes. Mi esposa ha sido el arquetipo de las mujeres que he descrito en mis dos últimas novelas, en otra obra que conoces, El vehículo humano, utilizo su verdadero nombre, ¿significa que se trata de ella? Fíjate, voy a contar una anécdota, en El vehículo humano imagino una infancia al personaje femenino, ese personaje creado a partir del ser de hueso y dolor que es mi esposa, narra en un momento cómo de pequeña se había negado a comer manzanas, negación que se generó al escuchar la alegoría bíblica de la manzana como fruto del conocimiento, pues esta niña, que es una jovencita muy intelectual, adora la escuela, la lectura, el aprendizaje en general, cuenta que a partir de la historia bíblica se negó a comer manzanas, ya que deseaba llegar por su cuenta al conocimiento, y no a través de un fruto mágico. Sin dudas la literatura se filtra en nuestras vidas, esta mañana, antes de responder tu cuestionario, pregunté a mi esposa, creyendo que la narración de ese pasaje partía de algún acontecimiento de su vida, (tan sugestionado me hallaba) Fe, le dije, ¿de veras cuando pequeña te negaste a comer manzanas porque creías que al darle una mordida a ese fruto memorizarías todos los libros?

 

¿Qué es lo que viene después de El torso de vinilo? Podrías adelantarnos algún detalle de tu próxima novela.

 

Lo que pasa con mi narrativa es que necesito por fuerza partir de hechos biográficos. Así que quizás un día sí llegue a arrepentirme de ese reciclaje que referías en tu anterior pregunta. Mi próxima novela: una mujer maneja por el freeway, va a entrevistarse con un empleado fúnebre para comprar una lápida. Conduce por la gran vía de cemento y acero, bajo el seco verano de California, mientras el cuerpo de su madre espera, refrigerado en el tanatorio.