Una grieta es una grieta es una grieta

Amir Valle escribe en «El otro Lunes», la revista hispanoamericana de cultura, una excelente reseña sobre la obra de Reinaldo Escobar, «La grieta«,  reciente ganadora del Premio Iberoamericano Verbum de Novela.

La grietaAl cierre de la novela La grieta, de Reinaldo Escobar, se produce un cruce de espadas que anuncia que el mundo novelado no termina allí. Es una escena en la habitación más alta de ese castillo kafkiano desde el cual el gobierno cubano ha dominado el ejercicio del periodismo: el Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista de Cuba. El funcionario, un personaje gris a quien Reinaldo llama Castellanos, le ha confirmado al protagonista, Antonio Martínez, que no tiene sentido que haya apelado la decisión gubernamental de impedir que siga ejerciendo el periodismo. La razón es muy simple y contra esa drástica medida no valía que “el castigado” mostrara títulos, certificados y diplomas de esa “entrega a la Revolución”, de ese “sacrificio por un futuro mejor” y de esa “fidelidad al Partido” de la que se hablaba en todas partes: “Tú sabes que el motivo fundamental por el que a ti se te separa de la prensa es porque tu línea de pensamiento no coincide con la línea de pensamiento del Partido. Lo demás carece de importancia”.

Una herida en lo esencial

Ese “lo demás”, aunque para el funcionario nada signifique, ha sido la vida del protagonista y su fe en la construcción de nuevos tiempos. Y el representante del poder en esta escena no se inmuta al decir que no importa lo que haya hecho, pues al Partido sólo le importa tener a un peón, fiel, obediente: una marioneta en manos de un ventrílocuo, en definitiva. Y cuando Antonio Martínez, por primera vez en toda la novela, revela abierta y valientemente (diríase que casi suicida) su pensamiento: “Si hay algo de cierto en todo esto es que yo no puedo pensar igual que ustedes, ni voy a esforzarme para lograrlo. Me basta con esa idea de que porque yo piense diferente no puedo ser periodista. Ahí mismo comienza a ser divergente mi línea de pensamiento”, se iluminan todas las escenas anteriores con las que Reinaldo Escobar ha ido construyendo esta novela. La luz se enfoca de pronto, insistentemente, sobre la grieta en el muro de la intolerancia. Y, como todas las grietas, es una herida en lo esencial que ha ido ganando espacio, suceso a suceso, incluso aún cuando los mismos protagonistas no han podido o se han resistido a verla.

Y esa escena casi final, el cruce de espadas al que hice referencia antes, es lo que concede a la novela La grieta ese “más allá” que poseen las más genuinas y honestas obras literarias.

─Puedo imaginar que por ahí comienzan tus divergencias con nosotros, lo que quisiera saber es hasta dónde llegan.

─Yo también quisiera saber hasta dónde llegan las divergencias de ustedes conmigo ─respondió Antonio y se puso de pie.

Ganadora del Premio Iberoamericano Verbum de Novela 2018

Ganadora del Premio Iberoamericano Verbum de Novela 2018, La grieta se suma a tres novelas que, según la crítica (algún que otro crítico en la isla y varios ensayistas de universidades europeas y norteamericanas), concentran sus aportes en un proceso que la narrativa cubana curiosamente ha eludido: la desilusión íntima y paulatina, la destrucción personal consciente o inconsciente de quienes creyeron con fidelidad ciega en la Revolución. Siguiendo la tesis del ensayista cubano Jorge Fornet sobre lo que él ha llamado “la literatura del desencanto o el desengaño”, la crítica literaria académica reconoce que buena parte de la narrativa cubana escrita en la isla y el exilio aborda ese tema, pero no como columna vertebral de la historia sino como escenario o como elemento natural del trasfondo. Esa regularidad permite reconocer tres novelas que hasta la fecha colocan como corazón de la historia narrada la evolución destructiva del individuo en todas sus connotaciones. Esas novelas son Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz; Las palabras y los muertos, de Amir Valle (esta mención a mi obra, que conste, no responde al ego sino a la elección antes mencionada de los críticos) y El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. En Las iniciales… un revolucionario convencido; en Las palabras… un guardaespaldas cercano al más alto poder: Fidel Castro, y en El hombre… un ciudadano común de esa generación “que creció con y en la Revolución” resultan víctimas de continuos encontronazos de sus ilusiones contra “el muro”. La diferencia, y he ahí uno de los aportes de Reinaldo Escobar con esta obra, es que en esas otras novelas el desmorone individual de la fe es, al mismo tiempo, la caída estrepitosa del muro: cada uno de esos personajes descubre que el muro es una ilusión personal, algo que sólo podía existir si se mantenía la ilusión con la que cada uno de ellos había alzado el muro sobre el cual paseaban, como señores feudales en las murallas de su castillo, quienes se favorecían de la entrega ciega que hacían “los de abajo” de esas ilusiones.

 Liberación

En La grieta, Antonio Martínez, aunque se negara a reconocerlo, aunque intentara engañarse obligándose a creer lo contrario, jamás formó parte del muro: era, simplemente, la grieta condenada a expandirse. En la novela, por ello, se asiste a esa doble ruptura: la de una grieta que simboliza la pérdida de la fe y de los sueños a nivel de sociedad, y la de un proceso de búsqueda ontológica de una verdad existencial que la trama pretendía invisibilizar cubriendo al personaje (esa grieta cuyo único destino era crecer y debilitar el muro, repito) con las vestimentas falsas que una historia de falsedades (la Revolución Cubana) imponía. Ese casi imperceptible doble juego (el desplome de la sociedad: Cuba, y del individuo: el periodista Antonio Martínez) va ocurriendo, como ha sucedido en la vida de millones de cubanos, en un proceso continuo de retroalimentación que, lejos de alimentar, va envenenando al protagonista. Pero a diferencia de las novelas antes mencionadas, en las cuales la destrucción del muro es también la destrucción del protagonista, en esta novela ocurre una liberación: la grieta (el periodista Antonio Martínez), que siempre había intuido que su papel no era el que las convenciones históricas esperaban de él, descubre que su historia verdadera comienza justo en ese momento en que supuestamente todo ha llegado al final (su final, sí, pero en esa otra historia en la que fue zambullido por los avatares de la Historia, así, con mayúsculas). Está en el malecón y ha tirado al mar el sobre de documentos que probaban su “fe revolucionaria” y sólo entonces, escritor frustrado hasta ese momento, piensa “en Reinaldo, el personaje de su inacabada novela que en la última página hacía un resumen de las tareas pendientes para alcanzar su sueño. Ahora no se trataba de construir un edificio descrito como la metáfora de una sociedad casi perfecta. Tendría que poner a viajar a Reinaldo hacia tiempos venideros con la intención de que le dijera lo que faltaba para realizar su próxima utopía”.

Como se ve, otro juego de espejos: Antonio Martínez, el periodista dócil que como los demás y por las mismas vías de los demás intentó seguir “el curso de la historia”, libera al personaje que él quisiera haber sido en la realidad: Reinaldo, alguien que sí podía lograr esa utopía que comparten ambos, de ahí que quede la confusión sobre quién pronuncia esa frase final, definitiva, promisoria, con la que el Reinaldo escritor de La grieta termina su novela: “¡Cuánto falta, carajo! ¡Cuánto falta todavía!”. Este, siendo honestos, podría considerarse un homenaje que le hace ese Reinaldo escritor de La grieta a ese Reinaldo Escobar que en la vida real lleva años haciendo periodismo independiente, considerado por las autoridades políticas cubanas un “mercenario del imperio”, un “enemigo lamebotas de los yanquis”, luego de haber vivido experiencias similares de desilusión como periodista. ¿Novela autobiográfica?, se preguntarán algunos.

 Periodismo oficialista cubano

Elemento esencial en La grieta es la aparición del mundo y los submundos del periodismo oficialista cubano. La fauna que pulula en esos mundos, las rígidas legislaciones en las cuales se sucede el día a día de la prensa nacional, las contradicciones de una estructura concebida para iluminar las ideas y el poder de su diversidad pero que, en la práctica se limita a operar como un burdo instrumento de propaganda engañosa, y la inmoralidad y egoísmo imperante en esos escenarios (esos submundos de los que hablé al inicio de este párrafo) era algo que faltaba a la literatura cubana y que Reinaldo Escobar pone en escena ahora de un modo muy directo y, tal vez debido a su ojo periodístico, muy objetivo. Su virtud mayor en este sentido es evitar esas taras que permearon y permean aún gran parte de la narrativa cubana escrita sobre la realidad nacional: los llamados “teques” (en cubano, “meter muela” a favor de la Revolución”) y el “antiteque” (hacer lo mismo, pero atacando a la Revolución), error de perspectiva artística que suele colarse en las obras cuando el escritor no procesa adecuadamente o no trabaja literariamente esas simplificaciones burdas del discurso crítico social típicas de los antagonistas ideológicos. Esa cubanía peculiar del discurso popular, el uso del humor en situaciones y parlamentos de los personajes, y las escenificaciones de la constante lucha interior del protagonista al enfrentarse a situaciones gastadas de la “épica nacional” (reuniones entre colegas, discusiones ideológicas, tareas revolucionarias, encuentros con el poder político real, etc.) facilitan que La grieta no caiga en estos errores dramáticos aunque la mayor del tiempo el personaje se mueva en un entorno plagado de esas taras.

El cuerpo enfermo de un sistema

Novela engañosa, sin dudas, porque detrás de su aparente sencillez se esconden este tipo de artificios literarios que demuestran la madurez del escritor que es Reinaldo Escobar. Cualquiera, debido a esa “sencillez”, podría confundirse. No se trata ya sólo de la limpieza del lenguaje, que introduce guiños al lenguaje periodístico y asume con naturalidad buena parte de la fraseología popular; no se trata ya de una narración centrada en los planos accionales de la trama, lo que propicia que la historia avance veloz de escena en escena y de modo bastante cinematográfico; y tampoco se trata de la excelente construcción de los personajes, gente común con las cuales uno se siente identificado porque seguramente conoce a alguien que habla, piensa y actúa así…, se trata, sobre todo, de una profunda incisión en el cuerpo enfermo de un sistema, cortando allí donde el escritor ha encontrado los más peligrosos males: la omnipresencia del poder, el oportunismo social, la doble cara del individuo en su comportamiento ciudadano, la simulación política, el revanchismo laboral, la indolencia y la inopia como mecanismos de autodefensa y supervivencia… Y el miedo y las estrategias que impone: simulas, colaboras o te suicidas.

Lo más curioso es que la transición que sufre el protagonista en la novela no es, en modo alguno, destructiva: ese Antonio Martínez que, desilusionado del camino recorrido (como Reinaldo, el personaje de su novela inacabada) tendrá que seguir siendo la grieta en el muro, pero a partir de ese instante focalizándose en una utopía que el muro en el que habita le impide conquistar, es el mismo Antonio Martínez que a los veinte años, como se cuenta en el primer párrafo de la novela, “subió lleno de ilusiones los noventa peldaños de la escalinata universitaria”, dueño ya desde entonces de “la fe que se necesita para ser ingenuo, el valor requerido para comportarse irresponsablemente y la autoestima indispensable para creer que podía cambiarlo todo”. Lo único que ha cambiado es la fe, pero una fe nueva, la que todavía le permite creer que hay batallas que se pueden ganar, aún cuando sea insistiendo en ser lo que siempre debió ser: una grieta que crece en el muro del más siniestro absurdo, esa Revolución que no merece el nombre ni las luces que, por suerte, ya solo obnubilan a unos pocos tontos útiles.

 

La reseña original:

http://otrolunes.com/48/librario/una-grieta-es-una-grieta-es-una-grieta-o-la-desilusion-novelada-de-un-periodista-llamado-reinaldo-escobar/

El libro:

 

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