Presentación en la West Dade Regional Library de «Palabras en la tarde», de Juan Cueto-Roig

El Sábado, 25 de Febrero de 2017, el Pen club de Escritores cubanos en el Exilio  celebró en la West Dade Regional Library la presentación del nuevo libro de poemas de Juan Cueto-Roig «Palabras en la tarde».

Las palabras de presentación, que mostramos a continuación, estuvieron a cargo del también escritor José Abreu Felippe:

Palabras en la tarde… Palabras en la tarde… Cuando escucho o leo, “la tarde”, lo primero que me viene a la mente es el bolero de Sindo Garay, una melodía que marcó pautas, y, por lo demás, una de las piezas más enigmáticas, más hermosas y con más carga poética, del cancionero cubano. Un tema donde la luz que arde –imaginen una “luz” que “arde”– en unos ojos amados provoca el alba o que muera la tarde. No dice que caiga la tarde sino que muera. La tarde posee, más allá del simbolismo que se le pueda atribuir como preámbulo del fin –acabamiento o muerte–, una marcada influencia –al igual que la luna– sobre los seres vivos. En el plano físico, está comprobado que la temperatura corporal sube al atardecer. Los científicos, por su parte, plantean que durante el ciclo circadiano de 24 horas, nuestras capacidades sensoriales se agudizan y alcanzan un máximo precisamente al atardecer. “Al atardecer es cuando más se aprecia el hogar”, decía Goethe. Y el gran Bulgákov pone en voz de Voland esta sentencia: “¡Dioses, dioses míos! ¡Qué triste es la tierra al atardecer! ¡Qué misteriosa la niebla sobre los pantanos!”

Podríamos pensar que mi amigo Juan Cueto Roig con su antología personal Palabras en la tarde (Verbum, 2017), donde incluye, muy acertadamente, una selección de sus poemas traducidos, al utilizar la expresión “la tarde”, se planteara advertir al lector que se trata de un resumen de lo que él estima significativo o lo que más le satisface de lo que ha hecho hasta ahora, en un momento propicio para mirar atrás. Nada más lejos de la realidad.

            

Aunque sin duda hay muestras de lo anterior, a pesar de la fina ironía y el humor elegante que derrocha el poeta, parte de la carga de “la tarde” se filtra en las páginas de esta antología, que para complicar el asunto del título resulta que lo que hay en “la tarde” es “palabras”. Así que de la misma manera que “tarde” nos remite, quizás hasta sin proponérnoslo, a un fin próximo de algo, “palabras” nos vuelve al principio de los tiempos, al logos primigenio, cuando lo que prevalecía al decir de otro Juan, el evangelista, era el Verbo, la palabra. “El Verbo que era con Dios, el Verbo que era Dios”. Entonces el fin se transforma en un nuevo comienzo. Termina un ciclo y comienza otro.

Sin embargo, todo no es tan sencillo. “La tarde”, su sonoridad y lo que ella conlleva, y por partida doble, está ya en el primer libro publicado por Cueto Roig, En la tarde, tarde, en 1996, hace 21 años. Y el título de su segundo libro, Palabras en fila, en clase y en recreo, publicado en el 2000, comienza precisamente con el vocablo “palabras”. Lo que tal vez ponga de manifiesto la afinidad del poeta con ciertos términos –“tarde” y “palabras”, en este caso–, algo que no es nada raro en el mundo literario. A mí mismo, y perdónenme que asuma la primera persona, me obsesiona el paso del tiempo y esa palabra, “tiempo”, aparece en varios títulos de mis libros.

En resumen, como insinué antes, estimo que Cueto Roig, más que otra cosa, lo que hace es que saca a relucir el niño que lleva dentro y lo estimula para que juegue con el lector. Con nosotros. Y para ello nos ofrece, por ejemplo, peligrosas frutas: mamey, sandía, mamoncillo, anón, níspero, piña, coco –para terminar, antes de presentarnos a la pobre picuala y la “desafiante y altiva” palma real–, con una combinación de obvias connotaciones místicas, pero realmente problemática, la papaya y el plátano.

La papaya, sensual, pero decente,

trata en vano de cubrirse con las hojas

sus enormes ubres verdes.

Mientras el plátano a su lado descarado

exhibe sin recato

su racimo enhiesto.

Me gusta mucho de la primera entrega de Cueto la Receta para un poema triste, sus Sátiras, y sobre todo sus Adivinanzas de la UNEAC, vitriólicas pero divertidas. Y, desde luego, acompañado de una cita del padre Gaztelu, el poema que le da título al libro, que siempre que lo leo me recuerda otro de Gutiérrez Nájera, no porque se parezcan, que en nada se parecen, sino porque ambos coinciden en la preferencia sobre la última hora. El del mexicano comienza así: “Quiero morir cuando decline el día…”

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El segundo libro –fresco, juvenil– es un tríptico que agrupa doce “haikus para un día lluvioso”; composiciones de diferente hechura, entre ellas Cada noche Rufina y Destierro, dos de mis textos preferidos; para terminar, quiero protestar enérgicamente porque dos de los poemas que más me entusiasmaban Papa y Yuca, el poeta los excluyó sin misericordia.

        

En la siguiente sección, Últimos poemas, Cueto reúne 6 textos. A mí los seis me parecen excelentes, pero no quiero dejar de mencionar Viaje a un antiguo recorte de periódico, que me impresionó por el horror contenido, un horror que no está en las palabras sino detrás y que no admite adjetivos. Un poema desolador. Pienso que La voz de las ruinas y sobre todo, Su mirada, su sonrisa, son dos grandes poemas atemporales.

Palabras en la tarde cierra con un muestrario bastante representativo de la labor de Cueto Roig como traductor. Una labor que no se ha estudiado como se merece y aunque se han realizado algunos comentarios muy elogiosos, tampoco ha obtenido la repercusión que requiere tan encomiable y meritorio trabajo. Porque si hay algo que identifica la mirada del poeta como traductor es su conexión, me atrevería a utilizar la palabra comunión, con el poeta traducido. Es una cualidad rara que va más allá del dominio del idioma y que entra dentro del campo de la sensibilidad. Cummings, por ejemplo, era un poeta que a mí me resultaba frío, artificioso, alambicado. Cueto lo despojó de andariveles y me mostró otro Cummings que yo no veía. De Kavafis, uno de mis poetas preferidos, hizo espléndidas traducciones, mucho mejores que algunas muy famosas. Y se los dice alguien que ha leído mucho a Kavafis. Sería prolijo nombrar a todos los poetas traducidos por Cueto. Si no lo han hecho aún, los invito a acercarse a ellos a través de nuestro amigo. Les aseguro que no se arrepentirán.

Palabras en la tarde, más allá de doctas o torpes elucubraciones que no llevan a ninguna parte, lo que hace es brindarnos un banquete de buena poesía. Sí, sé que es difícil definir lo que es buena poesía porque muchas veces ese criterio está en función de los tiempos y los gustos personales. No obstante, cuando el lector coge un libro y no lo puede soltar, he ahí un buen indicador. Este es el caso. Cueto, tal vez con excesivo rigor, ya que ha eliminado de sus dos primeros libros más de 30 poemas, ha construido una base sólida donde echarse a descansar sin reparos. Está hecho el trabajo y muy bien hecho. Él nos invita a adentrarnos en su mundo. Un mundo donde yo sigo viendo a ese niño travieso que nos hace guiños. Un mundo que es este nuestro pero también otro que fue y que ya no existe. Un mundo único y personal que sólo permanecerá en las palabras, es estas palabras filtradas en la tarde.

 

El libro:

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