José Enrique Rodó (1871-1917) es una figura muy singular dentro del Modernismo latinoamericano. No fue un poeta consagrado ni un bohemio o un dandy, no se dejó seducir por el placer estético hasta el extremo de convertir el arte en religión, pero todos sus escritos se encuentran permeados por una concepción muy sutil del arte y lo poético, por una práctica artística adherida a la forma de ensayo, y por una manifestación de un espíritu filosófico y religioso trascendente y transformador. Motivos de Proteo, publicada en 1909, significó la culminación de toda una vida dedicada al pensamiento latinoamericano, que comenzó a cristalizar con Ariel en 1900 y continuó el resto de su vida a través de las reflexiones alrededor de la figura de Proteo, dios marino de faz cambiante, espacio de posibilidades, abierto, comprometido, idealista y práctico a la vez, metafísico y literario a un tiempo, ético y estético sin distinción, comprometido con el axioma «reformarse es vivir», glosado así por el poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín: «Renovarse es vivir, pero vivir no es tanto renovarse cuanto permanecer a través de todas las renovaciones, sin excluir la total de hombre viejo que se llama Muerte. Surgir de la muerte es la sola renovación gloriosa, aún en el tiempo; hallar eso que persiste es dar con el secreto de la belleza de todos los tiempos».

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