Presentación de «El reino del abuelo» en la XXVI Feria del Libro de La Habana

Palabras leídas por Enrique Saínz en la presentación de El reino del abuelo, Colección Sur Editores, el viernes 10 de febrero de 2017, durante la celebración de la XXVI Feria del Libro de La Habana:

Las páginas de este hermoso libro nos traen alegría, tristeza y una nostalgia que a veces nos sacude, cuando cobramos conciencia de la irremediable pérdida. Todo va renaciendo en él con un delicado esplendor, muy parecido al que imaginamos que tendrá aquella mañana primera del paraíso que nos aguarda después del segundo advenimiento de Cristo. Estamos ante un testimonio que podemos llamar, sin lugar a duda, luminoso. Los breves relatos que lo integran, con los interiores de la casa, los objetos que van apareciendo ante los lectores, el ir y venir de los personajes que pueblan estas historias, los rasgos de cada uno de sus moradores y visitantes, todo el aire fresco o lluvioso, todo el gusto precioso ante los exteriores, las breves y estrechas calles, todo, el cielo, las plantas, los días y las noches, nos acompañan y nos hacen sentir que estamos allí como vivencia o como anhelo. Mientras leo me digo: “¿por qué no estuve allí con estos hermanos para vivir todas esas maravillas? Yo estaba entonces en otro sitio, mirando hacia dentro de mí, ajeno a esas delicias, con mi soledad en aquel sitio mío en que tan mal se estaba, y no pude ni sospechar que a unos pocos kilómetros había otra vida. Quizá mi dicha entre esos niños no hubiese sido tan grande por lo que ya yo traía conmigo para siempre, pero sí sé que al leer todo este relato me conmuevo pensando que me lo perdí, aunque me consuela saber que otros disfrutaron tan intensamente este regalo de la vida, esos espacios pletóricos de regocijo y de juegos, de fantasías tan hermosas, y me digo entonces que ese reino no se ha perdido, no obstante la fugacidad, ese viaje indetenible hacia la nada y la noche total que a todo y a todos nos espera.

Dije hace un momento que este texto nos trae tristeza y alegría. Estoy plenamente convencido de que esas puertas hermosas que daban al ámbito de aquella plenitud se cerraron un día, y al mismo tiempo tengo la enorme compensación de que lo que aquí se me dice es una vislumbre de la inocencia, de la posibilidad de la armonía, aunque se estuviesen moviendo muy cerca las fuerzas destructivas del tiempo. Aquellos domingos inolvidables nos colman ahora, más de medio siglo después de sus amaneceres, pero también ellos nos dicen a su modo que todo habría de terminar, cuando aparecía ese silencio que viene después que todos se han ido, cuando ha terminado ese encuentro y cada uno regresa a su lugar de origen para volver a su vida cotidiana.

No podían haber sido escritas estas páginas por una persona que no hubiese formado parte de la familia Diego-García Marruz. Ese es el sitio de la poesía de Eliseo, ese es su paisaje, esas las realidades que pueblan su poemario Por los extraños pueblos. Este testimonio no puede ser de otra sensibilidad porque tiene el sabor y el tono Eliseo, esa manera tan suya de decirnos y de revelarnos el mundo y sus elementos primarios. Esta es una vivencia de su hija Fefé, con momentos que nos recuerdan a los de grandes maestros, es la suya una prosa que se fue integrando en la autora por la convivencia diaria con sus padres, por aquellas conversaciones, esos juegos, esas maneras de estar y de decir. Esta es su propia escritura, pero es determinante que el modo de mirar y de saber le viene de la entraña misma de los hechos, lugares, matices de ese mundo que regocijaba a toda la familia día a día, con los domingos colmados de una naturaleza de honda raíz poética.

Quiero agradecer ahora el refinamiento de esta prosa, su contención siempre anhelada y tan gratificante, como la mejor de una buena narradora. El aire de familia se impone a los lectores. La poesía de Eliseo brota de esas percepciones que Fefé experimentó con tanta delicadeza. Padre e hija vieron la vida y el tiempo, el espacio y los tonos de la luz de manera muy similar. Eso no es casual. Nos vienen ahora a la mente las reuniones en casa de Fina, la tía de Fefé, en la calle Neptuno, a las que asistía ya Cintio, su novio entonces, con otros asiduos de la familia, y a las que Lezama anhelaba entrar antes de conocer a los que serían sus grandes amigos en el decurso del tiempo. Allí también se tocaba el piano, se cantaba, se leían poemas, en fin, se tenían vivencias semejantes a estas que nos cuenta El reino del abuelo. Toda una filosofía de la vida hay en estas páginas, filosofía sin sistemas, filosofía del puro ser y estar en diálogo limpio, tocado de un precioso c andor, filosofía que hoy nos consuela tanto y nos trae una vitalidad inconcebible en su alegría y en su asombro ingenuo. Este fue un modo de ser cubano, un modo de asumir la existencia y que tiene elementos comunes con otras maneras, pero que es también una forma muy nuestra, retrato de un estilo que nos recuerda nuestra procedencia y el señorío que después veríamos en el llamado Grupo Orígenes. Estamos, de hecho, ante un capítulo de la vida cubana, uno entre tantos otros que integran nuestra historia espiritual, con sus altas y sus bajas. Agradezcamos estas rememoraciones que nos traen una posibilidad de ser, que nos entregan desde su luz reveladora el riquísimo espacio de una dicha que nos ayuda a mirarnos desde otro ángulo, con ganancias que nos permiten sabernos a la altura de mucho de lo mejor de que somos capaces. Rapi y Lichi están, con Fefé, en el centro de estos recuerdos que tanto nos edifican y sostienen.

Enrique Saínz.  

 

El libro:

 

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