Luján García Puig nació en el noviembre de una Barcelona apremiada por las hordas, largamente incubadas, del deseo y su desenfrenada sed de satisfacerse a toda costa; nació para secularizar lo sagrado, para susurrar una minúscula voz por entre el griterío orquestado y el desorden que provoca el ansia de imponer lo mal avenido. Creció rápido, al son de los tiempos y de los tambores, rodeado por la impaciencia de los adoradores de dioses y de profetas, y, en creciendo, constató que cualquiera es capaz de abrir la caja de los truenos, el sin retorno del sin sentido, más nadie posee la capacidad de cerrarla, de desandar lo andado.