Román Paladino, reseña de la novela de José Vicente Vinuesa

Pedro Torres. ex-concejal de cultura de Almagro, realiza una magnífica reseña de la nueva novela de José Vicente Vinuesa: Román Paladino.

Buenas tardes. Muchas gracias a todos ustedes por haberse tomado la molestia de venir hasta aquí, haciendo la tarde que la que hace. Muchas gracias también al editor, mucho ánimo, y mucha suerte, porque en los tiempos que corren meterse a editor no es valentía: parece más bien temeridad. Muchas gracias, sobre todo, al autor, José Vicente Vinuesa, convecino y ya, aunque no hablemos muy a menudo, amigo.

Amigo que, como otros varios, me estima por encima de lo que yo merezco; o sea, amigo cuya amistad me honra y de la que puedo presumir: más todavía desde que, gracias a él, mi nombre aparece por vez primera en letras de molde en un libro de creación literaria. Puedo asegurarles que gratuitamente, sin que tenga ninguna deuda que saldar conmigo. Gracias de nuevo.

A José Vicente Vinuesa lo conocí, por Vicente Gómez, poco antes de que presentara la primera novela a comienzos del verano de 2016. Aquella novela revelaba a un escritor de firme vocación narrativa, es decir, alguien a quien le gusta contar historias, disfruta con ellas, y domina el arte de interesar y mantener la atención del lector. Naturalmente, se notaban entonces las vacilaciones y titubeos propios de quien empieza, el afán por decirlo todo y el casi obligado descenso a eso que antes se llamaba autobiografía y ahora, tal vez para evitar compromisos de veracidad, llaman autoficción. Pero el libro era más que estimable y la recepción del público también lo está siendo. De lo cual yo me alegro muy sinceramente.

Animado, sin duda, más por la vocación que por el éxito de la primera, aunque a nadie le amargue un dulce, Vinuesa ha acometido la segunda novela, la que ahora presentamos, que tiene un nombre extraordinariamente evocador para cuantos hoy hablamos español no solo porque el sintagma se fraguara en los inicios de la andadura escrita de nuestra lengua, sino principalmente porque en esa misma cuaderna vía[1] Gonzalo de Berceo pide la mejor recompensa, el mejor pago que se ha pedido nunca por haber escrito algo: un vaso de buen vino. Y el que pide como pago de su trabajo un vaso de buen vino es que, claro está, ha disfrutado mucho haciéndolo y espera seguir disfrutando después de haberlo concluido.

Román Paladino se llama la novela, en román paladino está escrita, se nota que el autor ha disfrutado escribiéndola, ustedes disfrutarán cuando la lean… y al acabar este acto, alguien nos debería invitar a un vaso de buen vino. O a dos, que no hace falta ponerse escrupulosos.

Pero entremos en materia: ¿qué es Román Paladino? Román Paladino es, ya lo saben, el nombre de la novela y el nombre del protagonista de la novela, pero es además un guiño y una trampa. Es un guiño, obviamente, al sintagma de Gonzalo de Berceo, de modo que el libro está escrito en un lenguaje llano, transparente, que no desdeña las expresiones coloquiales ni aun las vulgares, y que cualquiera puede entender. O no: porque, como acabo de decir, la cosa tiene trampa; o sea, el lenguaje es limpio y claro, pero transmite cosas, historias y personajes que de ningún modo lo son. La mayoría de las historias y personajes de Román Paladino son complejos, complicados, turbios, inquietantes y en absoluto unívocos: más bien ambiguos y hasta confusos. Como la vida, como el mundo.

Todos sabemos que ese maremágnum que llamamos “mundo” o “vida” es un contínuum pastoso en el que se amalgaman, rozan, superponen, chocan, encajan, diversos elementos, y que es solo la inteligencia humana la que encuentra en ese batiburrillo algo de sentido, la que le otorga una estructura y un orden, eso que los pedantes, y ahora también los políticos, llaman un relato.

Piensen ustedes en el caos y la confusión de los ruidos que hay alrededor; molestos o inanes, nos aturden, nos incomodan o nos dejan indiferentes: solo a alguien muy agudo y muy sensible se le pudo ocurrir que se podría extraer, sublimar a partir de ellos, un destilado tan exquisito como la música. José Vicente Vinuesa es músico; como tal, cosecha los “ruidos del mundo”, los mete en el alambique de su talento, los destila y nos entrega una pieza musical perfectamente ordenada, armoniosa y sutil: la novela.

¿Y cuáles son esos ruidos del mundo? Pues son personas corrientes que cargan con progenitores, crianzas, caracteres y suertes diversos, y que protagonizan o padecen vicisitudes simples o truculentas que no son casi nunca lo que parecen. Y son también los sueños, las frustraciones, los anhelos, los sinos que a cada uno les han tocado, como una carga insoslayable, en la lotería de la existencia.

Vinuesa nos muestra esas dos caras de lo real, la visible y la invisible, por así decirlo, la de los hechos y la de los sueños, la terrena y la mítica, de una manera muy eficaz: sitúa la acción en dos territorios geográficos —El Cabañal y Libros— que, a la vez, son territorios simbólicos. Y establece un nexo entre ambos que también es sumamente simbólico: el propio Román Paladino cuyo oficio, simbólicamente también, es el de conductor del autobús cuya línea enlaza Libros con El Cabañal, y que encierra en sí mismo dos personajes. Pero Román no es solo el vínculo, el mensajero que enlaza los dos territorios, es también el que articula todo el relato, pues no en vano posee en grado sumo la gracia de contador de historias. (Y permítanme un paréntesis: los que ya tenemos una edad apreciamos muy bien el acierto de Vinuesa al escoger Libros como anverso de la luminosidad del Cabañal: cuando nosotros estudiábamos los primeros años del bachillerato, Libros formaba, junto a Rodalquilar y Hiendelaencina, la geografía improbable de las migajas que una naturaleza avara había dejado para la miserable España de aquellos años grises: oro en Rodalquilar, plata en Hiendelaencina, y azufre —el olor del infierno— en Libros).

Naturalmente, yo no soy Román Paladino; de modo que no les voy a desvelar las historias ni les voy a hablar de los personajes: ya los irán conociendo. Por ahora me basta insistir en que la formidable multitud de personajes y peripecias que Vinuesa junta en su libro acaban constituyendo una estructura en donde todo encaja y en donde cada cosa ocupa su sitio: exactamente igual que en un pieza musical.

Hay mucha música en Román Paladino, desde pasodobles y valses para bailar en las fiestas, hasta el vanguardista y perturbador Satie, el risueño Vivaldi, el sensual y neurótico Tchaikovsky o Ravel y su Bolero, cuya función dentro de la novela no me atrevo conjeturar, aunque estoy seguro de que no es irrelevante ni está de adorno.

Hay también mucha literatura, muchas lecturas que se nos hacen presentes, para mi gusto, a veces de manera demasiado explícita: desde García Márquez al Marsé de los aventis.

Y aquí debería terminar una perorata que se va alargando demasiado; pero, como veo que no hay niños y que nadie nos está oyendo, creo que podemos acabar hablando de sexo. Hay mucho sexo en Roman Paladino, y de todas las marcas y calidades. Yo, lo mismo que les he dicho antes de las historias y los personajes, no voy a entrar en detalles. Les diré solamente que está muy bien contado, y que a mí, que en estos asuntos me estoy convirtiendo casi en mero observador desapasionado, me ha parecido estimulante y placentero.

Con todos esos mimbres, Vinuesa teje un cesto verdaderamente bien tejido. Acérquense a él, cómprenlo, y léanlo, que no se arrepentirán.

Muchas gracias.

[1] “Quiero fer una prosa en román paladino,

En qual suele el pueblo fablar a su vecino,

Ca non so tan letrado por fer otro latino:

Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”.

(Vida de Santo Domigo de Silos, segunda estrofa)

 

El libro:

 

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