Reseña sobre La ética de la democracia, en Res Publica. Revis

Es éste un libro de síntesis: comprimido en tamaño, abundante en caudales. La dimensión reducida puede engañar en cuanto al contenido: no se trata de una introducción simple al pensamiento político (o, por mejor decir, ético-político) de Dewey, de una orientación superficial del profano al fanum, de un acompañamiento tan solo hasta el zaguán del templo del conocimiento. Por el contrario el autor nos introduce (¡y con qué segura mano!) in medias  res, en la almendra del pensamiento ético, político y pedagógico de John Dewey.

Detrás de esta seguridad en el manejo de los nada escasos textos del autor americano está una solidísima tesis doctoral, presentada hace años con suma aceptación en la Universidad valentina.

La reducción de tesis voluminosa a limitada monografía podría sugerir una concordante restricción a la pura osamenta del pensamiento del autor vermontiano. La impresión del lector, aun mediano conocedor del pensamiento del autor, es notablemente distinta. Encuentra aquí, expuesto con erudición extraordinaria y claridad absoluta, lo esencial del pensamiento de Dewey en aquellas cuestiones que fueron para él verdaderamente importantes. No pasemos por alta las páginas (15-22) dedicadas a su biografía, personal y académica, en las que se destacan de manera vigorosa los datos esenciales de su formación humana e intelectual; ni aquellas otras (22-30), donde se esboza la historia de sus ideas políticas y de su relación con el desarrollo metodológico de su pensamiento.

Entrando ya en el corpus de la disertación, resulta particularmente interesante la sección III, en la que bajo el título un tanto inclusivo de “Condiciones sociales, morales y educativas de la democracia” se ofrecen en realidad, y de manera admirablemente clara, las bases epistemológicas y (sit venia verbo!) metafísicas de todo su pensamiento: la crítica del dualismo, y específicamente de los dualismos moral, sociológico y educativo, que establecen la base de todas las falacias profesadas a lo largo de la historia de la filosofía y que han de ser superados en una sociedad democrática.

Especialmente interesantes son las consecuencias que, según Dewey, comportan la superación del dualismo sociológico (a saber, la idea de la sociabilidad orgánica del yo) y del dualismo pedagógico (es decir, la idea de una educación progresista.

La crítica de Dewey al dualismo tiene una densidad y consistencia aparentes que hace difícil distanciarse de ella. El autor (M. C.) lo hace, sin embargo, a menudo, aunque siempre en un discreto sotto voce (p. ej. “Dewey no toma en consideración la alegría por el mal ajeno y otros productos de la competencia”). Es una crítica discreta, seguramente la única que permita la pretendida limitación del discurso.

Las secciones IV y V exponen las ideas propiamente políticas de Dewey. Esto es sus ideas en relación con la democracia y las formaciones políticas reales: liberalismo y socialismo. La sección IV presenta los intentos de Dewey de ajustar sus  anteriores consideraciones acerca de la sociabilidad orgánica del yo a aquellas formaciones opuestas. La incomodidad de Dewey con las realizaciones de aquellas ideologías en su forma extrema se manifiesta en la oscilación de su terminología, entre socialismo demo crático y democracia socialista. El autor (M. C.), siempre en su discreto sotto voce
crítico, admite que “una cierta ambigüedad última en Dewey, junta a la falta de un programa claro de acción política” (p.73), y recurre a la evasiva denominación “democracia participativa” (que no es de Dewey) para caracterizar sus ideas en la cuestión.

La sección V aborda las cuestiones quizá más actuales acerca del problema de la organización política: de modo especial las referentes al pluralismo y al nacionalismo. Mientras es claro que
Dewey se distancia del nacionalismo “homogéneo” (el de Blut-und-Boden), no resulta, en mi opinión, manifiesto cómo su defensa del nacionalismo “heterogéneo” (el que apoya la unidad de la
visión moral y espiritual del grupo) pueda conciliarse con la comunidad universal integrada, que para Dewey constituye el ideal social.

En la conclusión, el autor (M. C.) arrima la problemática social que preocupaba a Dewey a principios del siglo XX (de modo especial en The Public and its Problems) a la actual, “una situación
de depresión económica, desigualdad social y debilidad política ante la fuerza irracional y antisocial de las fuerzas financieras” (M. C.) y sostiene la vigencia del pensamiento de Dewey “en casi todos los aspectos” en la nueva situación. Admite, sin embargo, con discreta prudencia, que Dewey “dio
pocas pistas sobre cómo transformar la gran sociedad anónima y disgregada en la Gran Comunidad de diálogo creciente a partir del modelo de reconocimiento local”. No es posible no estar de
acuerdo con esta melancólica reflexión después de haber seguido atentamente la admirable exposición del pensamiento de J. Dewey que el autor (M. C.)
ha realizado.

José Montoya