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El rompecabezas (Verano de 2013)

Desde: 9,00  IVA Inc.

Salvador Peña Neva

180 páginas

En El rompecabezas el autor intenta rellenar huecos en su memoria. Con sinceridad desgrana desde la primera palabra sus sentimientos para con sus familiares y para eso rasca con saña en los recuerdos, hasta de los animales queridos: “Registrados quedaron en alguna parte de mi memoria (ese lugarcito siempre reservado a empolvar poemas intrascendentes) unos pocos versos para mis admirados équidos.”

Haber tenido la oportunidad de conocer el País del Sol Naciente y atañerle lo japonés marca significativamente parte del relato: “A mí me había dicho Reiji, tío Reiji, Nagakawa San, el hippie, el bohemio, el bebedor, el parlanchín, el abuelo de mis hijos (por decisión propia y gratamente admitida), repetidamente, que las lenguas devenía vivas y no pueden enlatarse.”
Como viajero varias veces a China y a Taiwán, así como a otros países asiáticos, viene a dar pinceladas de sus paisajes sin olvidar sus raíces gaditanas ni lo que ello conlleva: “Qué caballos habrán vencido mientras el sol se pone en el horizonte de las playas de mi Sanlúcar”.

Y detalla otras veces los colores del agua, ya sean del Yangtsé o del Guadalquivir, del Océano Pacífico o del Atlántico: “Del profundo oscuro fondo marino destellaron misteriosas centellas turquesas”. El rompecabezas viene a ser un puzle donde se entrecruzan emociones sobre las personas: “El destino ofreció a Salvador Peña González un lugar para un freidor de pescados”, y sobre el devenir: “El militarismo machista de los chulitos en África (que los hubo) también tomó posición, y no sólo por el sur de la Península.”

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En El rompecabezas el autor intenta rellenar huecos en su memoria. Con sinceridad desgrana desde la primera palabra sus sentimientos para con sus familiares y para eso rasca con saña en los recuerdos, hasta de los animales queridos: “Registrados quedaron en alguna parte de mi memoria (ese lugarcito siempre reservado a empolvar poemas intrascendentes) unos pocos versos para mis admirados équidos.”

Haber tenido la oportunidad de conocer el País del Sol Naciente y atañerle lo japonés marca significativamente parte del relato: “A mí me había dicho Reiji, tío Reiji, Nagakawa San, el hippie, el bohemio, el bebedor, el parlanchín, el abuelo de mis hijos (por decisión propia y gratamente admitida), repetidamente, que las lenguas devenía vivas y no pueden enlatarse.”
Como viajero varias veces a China y a Taiwán, así como a otros países asiáticos, viene a dar pinceladas de sus paisajes sin olvidar sus raíces gaditanas ni lo que ello conlleva: “Qué caballos habrán vencido mientras el sol se pone en el horizonte de las playas de mi Sanlúcar”.

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