La santa mentira

 

Francesc Arroyo escribe para  «Crónica Global» analiza la obra de Miguel Catalán «La santa mentira» en base a la huida de España del ex-presidente de la Generalidad de Cataluña Carles Puigdemont.

El huido de Waterloo ha hecho de la mentira una profesión. Vale la pena reseñar algunas: cuando fue elegido presidente del gobierno catalán anunció que no volvería a presentarse. Luego se ha presentado en casi todas las convocatorias. Como aún no ha habido un cónclave para nuevo Papa, se ignora si optará también a la jefatura del Vaticano. Ya fugado, anunció que volvería a Barcelona si era reelegido. No lo hizo. Ahora se presenta a las europeas con otras 1.000 promesas que nunca se verá obligado a cumplir, porque siempre habrá un motivo de fuerza mayor que le permita hacer lo contrario de lo dicho.

El comportamiento de Carles Puigdemont entra de lleno en lo que el filósofo valenciano Miguel Catalán llama las “santas mentiras”. Catalán acaba de publicar un espléndido volumen titulado precisamente La santa mentira (editorial Verbum, Madrid), en el que repasa la función del engaño en el esquema religioso. Ni que decir tiene que el libro es interesante en sí mismo, pero hay fragmentos que, si bien referidos a la farsa religiosa, parecen describir los mecanismos del ciertos partidos políticos y, en especial, del independentismo catalán en el que todo parece responder al siguiente esquema: “Yo te prometo lo imposible que tanto necesitas a cambio de que sufragues mis necesidades cotidianas” (página 56 de La santa mentira). Después de todo, quienes prometen la república imposible lo hacen a cambio de no tener que trabajar. Puigdemont, el primero.

Catalán se pregunta cómo es posible que el engaño dure tanto tiempo y alcance a tanta gente, y razona que los propios feligreses colaboran en el fraude. Más aún, están deseosos de ser engañados. Los fieles de la religión confían en el cielo tras la muerte; los del independentismo, en el edén terrenal, el día menos pensado.

A la luz del engaño religioso, la elección de Bélgica por Carles Puigdemont cobra un nuevo sentido. Es el país que ha abierto el camino a la santificación de los políticos, proponiendo la canonización de Balduino, que rechazó la ley del aborto cuando era rey de Bélgica. Todo sea dicho, se opuso muy poquito. Lo que hizo fue abdicar durante 24 horas para no tener que firmar la ley aprobada por el Parlamento. Luego retomó la corona y no pareció importarle que el derecho al aborto quedara legalmente reconocido.

Puede parecer un exceso, pero no hay que perder de vista que la santidad es un gran negocio. Los lugares que tienen un santo propio se convierten en polos de atracción turística, sobre todo si disponen de un buen arsenal de reliquias. En estos momentos, hay no pocos catalanes que peregrinan a Waterloo para acercarse al hipotético futuro santo y besar su traje.

Las posibilidades de reliquias relacionadas con Puigdemont, que serán fuente de milagros entre su grey, son muchas. Sin ánimo de exhaustividad, se pueden relacionar algunas de las que ha inventariado Catalán en su libro y que resultan de fácil almacenamiento. En la capilla del Palacio de Letrán se conserva un suspiro de san José. En una botella. En Santa María la Mayor, también en Roma, hay una paja del pesebre de Belén y también 13 lentejas de la santa cena. Amberes, Hidesheim y Santiago de Compostela comparten el honor de disponer del prepucio de Jesús. Para quienes crean que no es posible que hubiera tres, recuerden el argumento de Ramon Llull sobre los milagros: potuit, voluit, ergo fecit (Dios pudo, quiso, luego lo hizo). Otras iglesias conservan una pluma del arcángel San Miguel (en Lliria, Valencia) o gotas del sudor del mismo ángel tras su lucha contra el maligno (aquí Puigdemont, que también suda, puede ser una mina); hay leche de los pechos de María, y lágrimas vertidas por ella misma. Y, finalmente, la catedral de Blois dispone de un estornudo embotellado del Espíritu Santo.

En paralelo, habrá que buscar un buen escribano que relate la vida y milagros del profeta catalán. No podrá ser Balzac, autor de Jesucristo en Flandes (narra como los crédulos se salvan andando tras el elegido sobre unas aguas que engullen sin piedad a los descreídos), pero se puede optar por cualquiera de los amanuenses de los diarios subvencionados.

Una vida santa, suspiros, estornudos, sudores, restos de colchones usados que bien puede empezar a guardar el futuro san Carles Puigdemont. En realidad, ni siquiera hace falta que sean suyos. Si sus feligreses han creído lo que ha dicho y no hecho hasta ahora, pueden seguir comulgando con ruedas de molino. Sobre todo si están pintadas de amarillo y se anuncian en TV3. Amén.

La reseña original:

https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/santa-mentira_245613_102.html

El libro:

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