La inmortalidad digital

Pablo Marín Escudero, autor de Fausto en la nube: Sociocrítica del capitalismo tecnomágico, escribe en bez sobre tecnología y capitalismo.

La inmortalidad, la reencarnación, la eterna juventud y otros subproductos del narcisismo han sido sin duda algunos de los cosméticos de mayor éxito comercial de la historia. Sin embargo, si algo se puede decir de nuestros sueños de inmortalidad es que son tan poderosos como inducidos y denegatorios de nuestra única certeza: la muerte.

Pero el tema de la finitud -religioso, filosófico, psicológico, antropológico, etc.- es demasiado extenso. Para acotar diré que lo que me ocupa es la ciencia hija de la ilustración como máscara y barricada del capitalismo actual para cortarnos la calle de acceso a otros mundos posibles. En este caso ninguneando la muerte y cualquier cosa que se le parezca, como el agotamiento de los recursos naturales (la muerte capitalista del planeta) y otros tipos de finitud que no estén al servicio del ideario predominante de nuestro norte occidental del crecimiento sin límites, es decir, sin muerte.

La cosmética se consagra a contrarrestar los efectos del tiempo, da igual si con baba de caracol, toxina botulínica o mediante una cirugía reconvertida paradójicamente en la ciencia de negar la fuerza de la gravedad

El alma era salvable, cósmica y sufridora pero luego se transformó en la psique que era curable, individual y hedonista. Es decir, aquel desprecio cristiano del cuerpo como prisión se convierte luego en lo psicosomático para retornar ahora en la extraña e indigesta mezcla californiana que intento describir. Es lo que Google, abanderado de la llamada singularidad tecnológica, tiene en común con Teresa de Jesús y su vivo sin vivir en mí, la muy alta vida esperada en la nube o el cielo.

Nos imponen la ciencia y la tecnología como crema anti-aging y cierta visión del envejecimiento como una enfermedad. Así la vejez, antigua patria de la sabiduría, pasa a ser la peste. Por eso la cosmética se consagra a contrarrestar los efectos del tiempo, da igual si con baba de caracol, toxina botulínica o mediante una cirugía reconvertida paradójicamente en la ciencia de negar la fuerza de la gravedad. Newton contra Newton o el arte de la carne que cae hacia arriba. Caras deformes pero sin arrugas y los burkas de silicona y ácido hialurónico con que sometemos a las mujeres del mundo libre. Incluso se induce a veces la creencia en un aumento ilimitado de la esperanza de vida. Pero como alargar la existencia nos sabe a poco y nos han hecho creer que todo lo que no tiene cura la tendrá,  qué mejor que acudir a la tecnología para trascender. Y aparecen entonces los caramelitos de Fausto que nos conducirán a lo eterno. Del iPhone al cielo, sí, al cielo literalmente, a aquel viejo cielo de los no-mortales. En esta visión delirante y un tanto infantilizada se abusa de que lo imposible es aquello que todavía no es posible. Pero vendrá.

Hace unos meses aparece en los medios la noticia de una niña británica de catorce años, enferma terminal, que consigue que una empresa estadounidense la criogenice por el módico precio de 45.000 euros. Desdichas aparte, esta dolorosa estafa no sería posible si los mortales (pobres habitantes del mundo terrenal, valle lacrimógeno) no hubiésemos pasado a ser humanos (homínidos, simios reyes de la creación). Y quizá tampoco sin cierto empujoncito de Hollywood, la fábrica de sueños al servicio de la ideología hegemónica. Hoy por hoy soñamos principalmente lo que conviene al capital. El resto, siempre en pugna, se cae a los márgenes o a las fosas comunes de la disidencia más o menos consentida.

Máquinas para viajar al futuro hibernando, ciborgs, mentes humanas mezcladas con circuitos o encarnadas en soporte digital son las nuevas almas en pena (ahora gloria), que ya no se aparecen bajo una sábana sino en pantalla u holográficamente. Así se manifiesta la cima del ideal humano de la Ilustración: la psique es capaz de perfeccionarse. Ahora –eso dicen los profetas de Silicon Hollywood- más allá de lo humano, superado o a punto de ser superado por la máquina. Suena sospechoso pero hay quien lo compra.

No puedo evitar pensar en cómo todo ello ha sido oportunamente parodiado por Matt Groening en Futurama, la serie de dibujos animados donde aparecen regularmente esas maravillosas cabezas humanas conservadas en formol que permiten compartir inmortalidad a Richard Nixon, Thomas Jefferson y Pamela Anderson, o al menos a un trozo de ambos. Hace falta la risa.

El capitalismo necesita hablar de crecimiento sin fin y es aquí donde las mitologías de la eternidad tecnológica vienen en su ayuda, inestimable ayuda: psicotrópicos, manipulación genética, (trans) migración del alma a soporte digital. En fin, Reiki de silicio y grafeno y una pizca de la maña de jugar a predecir lo impredecible y venderlo bien. Eso sí, siempre, como si la sociedad no existiese.

Máquinas para viajar al futuro hibernando, ciborgs, mentes humanas mezcladas con circuitos o encarnadas en soporte digital son las nuevas almas en pena (ahora gloria), que ya no se aparecen bajo una sábana sino en pantalla u holográficamente

Es cierto que el arte ya jugaba pomposamente por ejemplo en el retrato, según el tópico al uso, a inmortalizarnos. Pero ahora se trata de la autoridad contemporánea por antonomasia, la ciencia, supuesto azote de la subjetividad y sus casposas supersticiones. Y es en ese momento cuando aterriza la nave espacial de las tecnológicas californianas (Google, Facebook, Apple y compañía), que agitan y filtran en una coctelera la Ilustración, el protestantismo y la flor y nata de la ciencia ficción para ponerlos al servicio de la borrachera neoliberal. La tecnología nos hará inmortales, en alma, cuerpo, software o lo que surja, ya veremos.

Es el retorno al alma de Silicon Valley, con su sacerdocio cientificista. Un alma que, esta vez, paradójicamente no necesita sufrimiento para alcanzar la perfección porque los fallos de seguridad de Windows o la incomible traducción automática, no son nada en comparación con R2-D2 y C-3PO. Sería injusto no aludir aquí al rol necesario de la llamada divulgación científica que, empujada al océano de la información reconvertida en entretenimiento, se transforma en mala divulgación científica, sin obviar la responsabilidad de influidores tuiteros de escuelas de negocios o universidades en busca de titulares de prensa atractivos.

Intentemos -los amantes de la tecnología- no contribuir a propagar fábulas de futuros llenos de eternidad, tan útiles para fomentar la derrota de los explotados en la guerra global de clases que, no siendo inmortal ni eterna, se está alargando bastante.

 

 

 

Fuente: http://www.bez.es/1608756/La-inmortalidad-tecnologica.html