Crónicas de un periodista repudiado por Cuba

Alfredo Pascual entrevista para el Diario El Confidencial al escritor y periodista  Isaac Risco, autor del reciente libro «Crónicas del deshielo».

Isaac Risco (Lima,1977), escritor y periodista, nació en la tumultuosa Lima y creció en la ordenada Berlín. Dos mundos, dos perspectivas vitales, que le sirvieron para presentarse en La Habana sin prejuicios ni líneas rojas. Cinco años después, en 2016, abandonó el país por la puerta de atrás, hostigado por unas autoridades cubanas que no toleraban sus crónicas.

Ahora publica ‘Crónicas del deshielo’ (Narrativa Verbum), un libro en el que narra el histórico proceso de aperturismo del castrismo como él lo vivió, a ras de suelo. Se trata de una sucesión de historias personales que, juntas, conforman un retrato nítido y valiente de los últimos años en la isla. Y lo hace sin edulcorantes ni medias verdades, con la libertad que solo la democracia ofrece al cronista.

Pregunta: Llegaste a Cuba con el viejo castrismo vigente y la dejaste con la familia Obama paseando por La Habana. ¿Cómo ha cambiado la isla a nivel de calle en estos cinco años?
Respuesta: Ha habido muchos cambios, pero el más llamativo es el surgimiento de una nueva clase social. Cuba era un país donde la pobreza era pareja, igual para todos los ciudadanos, hasta que surgió el ‘cuentapropismo’. Son la clase media, ciudadanos con mayor poder adquisitivo a los que se les permite lanzar iniciativas privadas. A estos emprendedores se sumaron otros elementos, como hijos de altos funcionarios y personas que pertenecen al sistema. Juntos han creado una nueva casta con más privilegios que el resto de los cubanos. Entre 2011 y 2016 se partió la igualdad social.

P: ¿Dónde se escondía esa clase media?
R: No existía. Surge de los servicios, de crear ‘paladares’ (nombre que reciben los restaurantes privados en Cuba), de alojar a turistas en sus casas o del transporte privado. Pero por cuenta propia solo se puede vender comida o hacer dinero con los turistas; es una apertura para ciertos oficios, no para profesionales. Un abogado o un arquitecto siguen sin poder establecerse por su cuenta en el país, aunque sí pueden montar una casa de comidas.

P: La figura del ‘cuentapropista’ es interesante. Por un lado gozan de privilegios, pero por otro están igualmente sometidos a la arbitrariedad del regimen. Cuentas en tu libro el caso del dueño de un ‘paladar’ al que un buen día le apareció una inspección estatal y le pidieron varios miles de dólares para seguir funcionando.

R: La iniciativa privada es el gran dilema de Cuba. El Gobierno los necesita para ingresar algo de dinero, vía impuestos, pero al mismo tiempo el castrismo no quiere que acumulen demasiado poder, porque sabe que históricamente son ellos los que encabezan las grandes rebeliones contra el sistema.

R: Porque las revoluciones son siempre burguesas, y ahí está el cercano ejemplo de Venezuela.
R: Exacto. Los peligrosos son esas personas que ya han dejado de preocuparse por qué van a comer mañana y tienen otro tipo de pretensiones más, digamos, elevadas. El Gobierno siempre se ha preocupado por no empoderarlos de más.

P: ¿Cómo se lamina el poder de los ‘cuentapropistas’?
R: Aparte de arbitrariedades como las multas de las que hemos hablado antes, también existen medidas sencillas como impedir que un empresario tenga más de un negocio, que el negocio no tenga más de un determinado número de mesas… la idea es impedir la acumulación de patrimonio. Hay formas de sortear estos límites, como abrir un segundo restaurante a nombre de tu esposa, pero ya son acciones que te enfrentan con el Gobierno.

P: Lo llamas en el libro “capitalismo embrionario”, un término anacrónico en Occidente.
R: Me refiero a que es capitalismo en su definición más esencial, el de las personas que empiezan a prosperar a base de trabajo, ingenio e ilusión, casi sin capital de arranque. Es la idea más romántica, llámala benévola, del capitalismo.

P: Cuba ha pasado de un comunismo basado en el modelo soviético a otro tipo de sistema, también comunista, pero centrado en China, con apertura del mercado.
R: Sí, de hecho este ha sido siempre el gran objetivo de Raúl Castro: crear un modelo sostenible para Cuba, algo que no se ha logrado nunca. Ahora está mirando al modelo chino y vietnamita, regímenes de partido único que económicamente son capitalistas. Pero no quieren trasplantar el modelo, sino adaptarlo a las peculiaridades cubanas: un modelo en zigzag, con el freno siempre pisado y que mantiene todo el control sobre la emergente clase media.

R: Es imposible saberlo, pero tengo la sensación de que si hubiera ganado Hillary Clinton, las medidas aperturistas hubieran continuado. De hecho el objetivo de la Administración Obama era empoderar a la clase media cubana, algo que ahora está sucediendo con cuentagotas y el freno de mano echado. Con la llegada de Trump se ha desandado parte del camino que abrió Obama. Hace pocas semanas Trump recuperó el veto a que los cruceros norteamericanos atraquen en La Habana, que los cubanos interpretan como el regreso de la mano dura contra ellos.

P: Porque Cuba sigue sin un modelo económico que la sustente. Recoges en tu libro episodios divertidos, como cuando el Gobierno puso al país entero a recoger azúcar o el proyecto Ubre Blanca, que pasaba por extender una genética vacuna que al parecer daba más y mejor leche que las demás. Ninguna funcionó. Al final Cuba, como las islas capitalistas de su alrededor, vive del turismo.
R: Y de las remesas de los cubanos en Miami. Ahora también se están obteniendo ingresos del envío de delegaciones médicas a otros países, aunque no está muy claro cuánto dinero entra por este concepto.

En cuanto a los episodios concretos que mencionas… son lo que Yoani Sánchez llama “los delirios de Fidel”. Son la muestra del fracaso económico del castrismo: Fidel nunca tuvo una idea ni clara ni realista de cuál debía ser el modelo de Cuba. Estas ideas tan naive, de crear riqueza a base de la voluntad de los ciudadanos, son una marca del fidelismo. Piensa que Fidel, cuando accedió al poder, lo primero que hizo fue cerrar casinos y hoteles, porque los interpretaba como el símbolo del antiguo régimen. Luego, al ver que los ingresos soberanos caían en picado, tuvo que volver a abrirlos, aunque se los prohibió a los cubanos. Es como una forma de preservarles del capitalismo amoral, aunque resulte estúpido que un cubano no pueda siquiera entrar en el hotel que tiene al lado de su casa. Hay muchas otras que han resultado absurdas, como la prohibición de tener móviles u ordenadores a los locales.

Raúl no es así, siempre ha tenido unas ideas económicas más complejas y efectivas que su hermano.

P: Cuba lleva décadas viviendo en la incongruencia, en el sobreentendido. Entre lo que sucede y lo que se dice siempre hay, cuando menos, un matiz importante.
R: Todas estas contradicciones emanan del discurso ideológico imperante. Hay una pretensión moral que en realidad es fachada y los ciudadanos lo saben. El sistema tiene 60 años y está bien implantado en la sociedad, tiene un control importante sobre la población. Además, el Gobierno sabe que es imposible vivir en Cuba con los 20 dólares que se gana de media al mes, por eso permite que los trabajadores roben. Roba gasolina el gasolinero, bebida el camarero, medicamentos el farmacéutico…

P: A eso me refería, se sobreentiende, entre otras cosas, el fraude para sobrevivir.
R: Sí, de algún modo es el precio que tiene que pagar el Gobierno para mantener el control social. Son mecanismos de supervivencia.

P: Hay una anécdota en el libro con Roberto Robaina, ex ministro de Exteriores de Cuba, con Abel Matutes, su homólogo español, que evidencia cómo funciona Castro.
R: A Robaina le destituyeron por dejarle demasiado claro a Matutes que él era el mejor posicionado para sustituir a Fidel cuando muriese. El gobierno cubano lo escuchó y lo fulminó inmediatamente, poniéndole a cargo del Parque Lenin, si no me equivoco.

Su caso es uno de tantos políticos jóvenes y talentosos que cayeron en desgracia por mostrar aspiraciones. Cuba está controlada por los que hicieron la revolución, un grupo de ancianos que se resisten a soltar la más mínima cuota de poder.

P: Cuando le preguntas a Robaina por su defenestración, te dice que él ahora es pintor, que no le hables de política. Esto también es muy cubano.
R: Robaina cayó muy profundo, de un cargo crucial a otro irrelevante de un día para otro. Esto, a nivel social, implica además convertirse en un paria, en alguien que tiene problemas con las autoridades. Después le concedieron una licencia para abrir un restaurante, algo que solo puede interpretarse como un gesto de acercamiento de La Habana, y a esto obedece su cautela: se mantiene al margen porque tiene algo que perder. Las posibilidades de castigo son tantas que se evita de hablar de cualquier otra política que no sea la estatal.

P: En Cuba la verdad y la mentira se diluyen: no hay información oficial, no se confirman las noticias y todo son rumores. ¿Cómo es para un periodista trabajar allí?
R: Para mí es una de las grandes experiencias que he tenido como profesional. Hay que mantener la calma, sabiendo que falta información e identificando los canales de comunicación que son fiables. Te forjan en la templanza. Una compañera define esta situación como de “estrés improductivo”: sabes que va a pasar algo, que se va a comunicar un cambio, pero nunca sabes cuándo o cómo, a veces sucede muchos meses después de que nazca el rumor y otras no sucede nunca. Se aprende mucho a fuerza de trabajar en un clima tan hostil con el periodista.

P: Tampoco se puede contar la verdad sin artificios.
R: No. Hay que escribir con cuidado y dejar caer ciertas cosas para sortear las represalias.

P: Narras una historia estremecedora: la de Agustín Hernández, un gay que fue denunciado por sus propios padres.
R: Agustín fue encarcelado durante años por su «elevado índice de peligrosidad», que es una forma en la que el Estado te castiga no por lo que hayas hecho, sino por lo que creen que puedes hacer. Su madre lo entregó a las autoridades pidiéndoles que hicieran un hombre de él. Pero con esta historia no quería hablar de la crudeza de esta delación, ni de la injusta ley por la que entró en la cárcel, sino de la dificultad de ser homosexual en Cuba. En ese aspecto es como el resto de Latinoamérica, un lugar altamente hostil para ellos.

P: ¿El presunto progresismo no afecta a los homosexuales?
R: Históricamente no ha sido así, pero en honor a la verdad, he de decir que la situación de los gays en Cuba es ahora mejor que en otros países de su entorno. Esto es gracias al trabajo de Mariela Castro, sobrina del dictador, que ha luchado mucho contra la homofobia. No obstante, Cuba es portadora de la tradición machista que impera en toda Latinoamérica. No podemos olvidar que, durante los años posteriores a la revolución, los homosexuales eran internados en programas de reeducación, que a la postre era campos de concentración light.

P: ¿Cómo perdiste el favor del castrismo?
R: Fue un proceso, porque a mí me recibieron como un amigo. Iba con la fama de ser un periodista de izquierdas y vieron en mí un potencial aliado…

R: Sí, lo doy por hecho. Se revisan los currículums y leen lo que escriben todos los corresponsales. Al principio había varios funcionarios que me prestaban mucha atención y me tenían informado al momento de lo que sucedía en Cuba. Cuando escribía algo que no les gustaba, sin decírmelo abiertamente, me reunían y me contaban su versión de los hechos. De algún modo, trataban de reconducirme. Después de varios intentos, dejaron de hablarme.

P: ¿Por qué?
R: Fue al poco de llegar. Aterricé en octubre de 2011 y en marzo de 2012 visitó Cuba el Papa Ratzinger. Los disidentes siempre aprovechan el foco público para manifestarse en la Plaza de la Revolución, pero en esa ocasión no fueron. Al día siguiente, cuando ya se había marchado el Papa, fui a buscarles y me contaron la verdad: que el Gobierno los encarcela un día antes de estos eventos, o los obliga a recluirse en sus casas, para evitar las protestas.

Publicamos esta historia y no le sentó bien a las autoridades. Al principio dejaron de cogerme el teléfono, a ningunearme, y después la presión fue creciendo poco a poco hasta el punto de que solo hablaban con mis jefes, a mí jamás me respondían.

P: ¿Fuiste expulsado de Cuba?
R: No me expulsaron, sino que me hostigaron hasta obligarme a salir. Hay otros periodistas, como Mauricio Vicent, de El País, que sí fueron expulsados, pese a después le volviesen a dejar entrar. En mi caso fue un acoso hasta el derribo: cada vez tardaba más y más en llegarme el permiso de prensa, sin el que no puedes trabajar y tampoco residir en Cuba. Cuando llamaba para preguntar, aducían un retraso burocrático, pero al tiempo me preguntaban constantemente que cuando me iba. Es un juego taimado, basado en la presión psicológica, que el Estado maneja de maravilla.

Siempre con una sonrisa, diciéndome que todo estaba bien, me vi obligado a entender que me estaban castigando.

P: ¿Cómo sabían que ibas a cambiar de corresponsalía?
R: Porque ellos llamaron a DPA, tanto en Madrid como en Berlín, para quejarse por mis crónicas. Cuando supieron que pronto tendría otro destino, no dejaron de presionar hasta que consiguieron el cambio.

P: Ya desde fuera… ¿cómo ves el futuro de Cuba? ¿Crees que la gerontocracia dominante dejará paso a una nueva generación?
R: Todas las miradas están puestas en Díaz-Canel, presidente del Consejo de Estado y del de Ministros, que es el buque insignia de su generación. Ha mantenido un perfil bajo, sin estridencias, y se fantasea con que sea un Adolfo Suárez para el régimen. Un hombre que sale de dentro, como Suárez, que era tan franquista como el que más, y que termina colándote la transición sin que se vea venir. Esta es una idea generalizada, aunque por supuesto hay muchos que tienen miedo.

P: ¿A que entre Estados Unidos en la isla en tromba?
R: Claro, eso sería un desastre para Cuba. Lo que se está intentando es fortalecer el partido para que sobreviva a los dirigentes, como sucede en China. A este respecto, Cuba es más como Corea del Norte, con dinastías familiares que gobiernan durante décadas. De todos modos todo esto es pura especulación, incluso el propio Díaz-Canel es un personaje desconocido en Cuba y pocos saben a qué atenerse con él. Nadie sabe qué pasará con Cuba.

 

La reseña original:

https://www.elconfidencial.com/mundo/2019-07-03/cuba-fidel-castro-raul-castro-isaac-risco-periodismo_2096098/

 

El libro:

 

El autor:

https://editorialverbum.es/team/isaac-risco

 

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