Por Liliana Bellone
Novela familiar, novela de Nuestra América, novela de la historia de un país: Cuba, y de un continente que se reúnen en el espacio del pasado, del presente, del canto, de la música, de las costumbres en el ámbito de tabacales, ingenios azucareros, migraciones y sobre todo de la lengua, esa madre que viene de España, atravesada por vocablos que nos unen en América desde el norte al sur: zafra, yuca, guayabos, maíz (Andrés Bello). Casi balzaciana, la novela de Luis Rafael, narra y describe, a través de su refinada y experimentada escritura, la historia de Cuba, desde los albores regidos por la Corona de España hasta nuestros días. Estructurada en dos partes: “Los orígenes” y “Las revoluciones”, a lo largo de más de quinientas páginas, este libro sumerge al lector en las aguas de la historia individual y general (Georg Luckács), en un devenir de la novela familiar y la historia social y política de Cuba. Un verdadero fresco (o “tapiz del renacimiento” como señala Zoé Valdés).
Rafael Pellejero, el primero de la dinastía (como José Arcadio Buendía en la genealogía de Macondo), que llega de la Córdoba andaluza, morisca y judía, cargando sobre sus hombros el amargo y atroz recuerdo de la Inquisición, será el fundador de la finca “La Providencia”, un lugar donde los hijos, hijas, nietos, nietas y toda la descendencia, a lo largo de algunos siglos, hablarán y vivirán dentro una cultura criolla y mestiza, donde dialogan indios, negros y españoles como en la hermosa Alejandra Vidal Olmos, de la novela “Sobre héroe y tumbas” de Ernesto Sábato.
El devenir histórico de la segunda parte del libro: “Las revoluciones”, atraviesa la existencia de los personajes de un modo fantasmático, no como un simple marco de época o referencia contextual. Los personajes atravesados por la historia, una historia compleja que arranca con la independencia de Cuba, la injerencia de los Estados Unidos, la República, la toma del Cuartel Moncada (un 26 de junio, día de la muerte de Eva Perón ), la llegada de Fidel Castro al poder, acompañado por “ese argentino imparable, el Che”, Playa Girón, el cruel bloqueo impuesto a Cuba, el Período Especial y siempre, la fortaleza, la capacidad para sobrevivir y la inteligencia junto a los sueños y fantasías, esos hermanos de las musas, capaces de engendrar arte y literatura.
“Providencia” y su escritura arborescente y simbólica, evoca, sin duda alguna, las novelas “Zama” de Antonio Di Benedetto, “Árbol de familia” de María Rosa Lojo y, por supuesto, esa irrepetible novela de Nuestra América, que es “Cien años de soledad”, donde las generaciones se encuentran en el último descendiente, entre humano y animalito doméstico, que se arrastra por el devenir de los años. En “Providencia”, los últimos descendientes descubren la luz de “eso” heredado, ese secreto oculto en las raíces del árbol mítico, esa ceiba que protegió a la familia y que actúa como lo fantasmático (o lo providencial o la página en blanco) que permite la continuidad de la vida y la historia. Desde ese lugar seguirá la progenie de los Pellejero y la progenie de la escritura de Abel Pellejero que narrará la historia -la novela familiar, que no es más ni menos que el material del cual disponen los novelistas para escribir.
Dice el personaje:
“…yo, en un folio en blanco, que será el inicio de la novela de nuestra estirpe, de la novela de nuestra historia familiar y de la historia de Cuba”. (p 539).
Desde una narratividad casi cinematográfica, al comienzo de la novela, se advierte a través de Rafael Pellejero, el fundador, sumergido en medio de una naturaleza turbadora, el final que implica un retorno, un regreso al origen: “la página en blanco”.
Agudizar el oído, escuchar “las voces de la novela” (Oscar Tacca), es el desafío de este texto que demanda la recepción del “lector modelo” como señala Umberto Eco, un lector dispuesto a seguir la trama y lo que ella sugiere, lo que a veces dice y a veces oculta en una red de tiempo y espacio, de personajes e historias en una magistral composición.
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