Leonardo Depestre Catony

Según las clasificaciones por géneros literarios, Providencia, obra del escritor cubanoespañol Luis Rafael, se inscribe dentro de la novela, aunque sucede que quien la lee, encuentra que no hay ficción en ella. Pueden o no haber existido los Pellejero protagonistas, desde el primero hasta el último, pero lo que se cuenta como la historia de una familia a lo largo de más de cuatro siglos, trasciende el marco familiar, el de la villa de Güines y la fértil región del Mayabeque, para extenderse a un contexto mucho mayor.  Providencia refleja el crecimiento de una nación, nos descubre detalles tan curiosos como el surgimiento del taburete de cuero, la manera como los colonos llegados de España escogieron a sus esposas llegadas igualmente desde la Península, mujeres humildes a las que la pobreza y el hambre impulsó a cruzar el Atlántico para encontrar un marido (el que “les tocara”) y empezar un nuevo hogar en el mundo americano. Hasta un guiño shakesperiano nos regala Luis Rafael en la rivalidad familiar de los Ramos y los Pellejero (los Montesco y los Capuleto) y el rapto de la doncella (una Ramos) a lomo del  caballo de un Pellejero.

Pasajes vívidos sobre la esclavitud y los amos (crueles unos, otros menos), el mestizaje, la ocupación de La Habana por los ingleses, la llegada del ferrocarril y lo que este representó para el desarrollo económico, el arribo de peones chinos (para salpimentar el ajiaco étnico), el fomento de los cultivos de caña, tabaco y café -todo desde la óptica de una familia ya acriollada-, pasan ante los ojos del lector a manera de una larga secuencia fílmica. Y también, lógicamente, la guerra de los cubanos contra España, por su independencia, que coloca ante una disyuntiva individual y discordante a los miembros del clan de los Pellejero.

El discurso narrativo transcurre sin recurrir a fechas y solo a la altura de 1900 aparece la primera. Este recurso intencionado del autor hace más fluido el paso del tiempo.

El siglo XX toma a los laboriosos Pellejero  ya con cierto grado de prosperidad. Cuba ha cambiado mucho desde el arribo de los fundadores de la familia protagónica. Son ahora otros tiempos, signados por la instauración de la república, las intervenciones norteamericanas, el americanismo y las observaciones e interpretaciones de cuanto acontece, que desde la hacienda de Providencia hacen y proponen los Pellejero de las nuevas generaciones.  Con decirle que hasta el populista Grau San Martín y el arrebatado y suicida Chibás encuentran un espacio en el relato.

Mientras, la familia ha crecido lo suficiente como para que emerjan intereses encontrados por la misma causa de siempre: la distribución de los bienes, la riqueza y el dinero. Aunque como diría el sabichoso Grau San Martín, “hay dulces para todos”.

Entra 1959 y con el nuevo año triunfa la Revolución. Ya en adelante, esta historia deja de ser “antigua” para hacerse contemporánea y probablemente parte de la historia del propio lector. Entre el júbilo, la ilusión y la esperanza generalizada, “alguien” suspicaz advierte acertadamente tras el telón la “amenaza roja” del comunismo. Así, a la manera de sutil comentario, lo recoge el libro.  Y se suceden los acontecimientos, uno tras otro, que todos tocan de alguna maneara a los Pellejero: las expropiaciones, el cambio de dinero, la invasión por Playa Girón, la escasez creciente, la libreta de racionamiento, las UMAP… la emigración masiva, el aliviadero del Mariel, las misiones internacionalistas… todo oficialmente “explicado” por un discurso político reiterativo y único que entre los Pellejero despierta la anuencia de unos y el rechazo de otros. Así, los Pellejero, al igual que la familia cubana, se dividen entre los que se van y los que se quedan, entre los que dan el y los que mascullan el no.  El colmo de este contrasentido lo da el personaje de Stalin Pellejero, quien como ejemplo de hasta dónde cala la sovietización social, recibe el nombre del sátrapa de resultas de la paranoia roja por la que, al nacer, transitan sus padres, y que al final de la jornada lo abandona todo, “se va”, y regresa al cabo de los años, adinerado, triunfador, con el mismo nombre ¡y casado con una americana!

En tanto, Providencia, la hacienda familiar, ya es solo una sombra de lo que fue, pero como en los cuentos de tesoros escondidos, se augura un renacer, un revival, no gracias al retorno de una supuesta recuperación económica, sino gracias precisamente  a la dichosa “providencia”, es decir, al descubrimiento en los lares de la finca de un cofre con monedas de oro. ¡Un happy end!

Para concluir, repetimos lo ya dicho: la historia de la familia Pellejero es la historia novelada de Cuba, y los Pellejero pueden portar cualquier otro apellido: Pérez, González, Rodríguez…, el suyo, el nuestro. La lectura de Providencia nos enseña más historia que los textos escolares. Léala. Aunque ojo: solo podrá hacerlo si se encuentra “en el exterior”.

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