LUIS AGUIRRE CEBRIÁN. Mi encuentro con el mundo de las letras se remonta a los atardeceres de otoño e invierno en los que, al calor del hogar, a los niños se nos contaban o leían cuentos clásicos y fábulas con el único propósito de entretener. Fui al colegio de mi barrio porque me gustaba ver la cara sonriente de los niños más pequeños cuando regresaban de clase de la mano de sus madres. Con el transcurrir de los años me adentré en los tebeos de risa y aventuras y en las novelas del lejano oeste que le cogía a mi padre para, finalmente, llegar a los libros. De estos, el que más me apasionó y se convirtió en mi libro de cabecera fue Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari. Después de recorrer muchos caminos, alcancé las costas literarias del mar Mediterráneo; allí conocí a mi primer amor, una danesa morena que me enseñó a escribir mi primer diario y a perder la timidez con las nacionales. Modelado a mí mismo como un Pigmalión cualquiera. Mi filosofía de la vida me hace creer en la libertad de expresión con los límites que marca mi pensar; a veces transgresor, casi siempre irónico. Mi aventura literaria comenzó en un otoño próximo al invierno de mi vida. La inspiración me llega de mis fantasías y de las circunstancias vividas y observadas en la triste sociedad en la que crecí, pero que me sirvió de acicate para desarrollar mi sentido del humor y así poder transitar por los caminos desiertos de sentimientos.

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