Anaconda Park o el juego del poder

El escritor Juan Valdano realizó el siguiente discurso durante la presentación de «Anaconda Park. La más larga noche», de Jaime Marchán, en la Alianza Francesa de Quito, el 14 de junio pasado:

Imaginemos un país rico en recursos naturales, biodiverso y paisajísticamente hermoso, un país en el que habita un pueblo digno, laborioso y paciente que espera prosperar y ser feliz, pues nada le falta para ello; un país que, sin embargo, ha sido gobernado por élites insensibles frente a los anhelos de la población, regido por camarillas que trepan al poder con afán de enriquecerse traicionando al pueblo que los eligió, demagogos que adoctrinan y encandilan a sus electores con quiméricas promesas, que ofrecen pan, techo y empleo, un alegre buen vivir y tan fácil de obtenerlo a la vuelta de la esquina. Imaginemos un país decepcionado por el reiterado engaño de la clase política, un país que ha perdido la visión de futuro, pues la trágica historia de fracasos se repite una y otra vez. Imaginemos una población que vegeta en el desánimo, en la abulia, en la tristeza crónica. Y, en medio de este decaimiento y esta crisis moral surge, de repente, un hombre sin pasado, un audaz predicador, un mesías que dice tener la fórmula salvadora para librar al pueblo de sus males, de su melancolía. Es de suponer, entonces, que este enviado de Dios, profeta caído de cielo o traído en ventoso helicóptero, acarree la devoción de la masa, el fervor de la multitud tanto que de él bien podría decirse aquello que el gran Julio César dijo un día de sí mismo: vini, vidi, vinci, vine, vi, vencí y fui elegido Presidente de la República.

Y un buen día despiertan los habitantes de ese país, sobre todo aquellos que acostumbran reflexionar sobre el presente y el futuro de su comunidad, esos pocos que aún piensan con cabeza propia y se preguntan ¿qué ha ocurrido? Y entonces ven cómo lo indeseable ha comenzado a atrapar sus vidas. En el horizonte empieza a elevarse una gran incógnita, se abre un abismo, lo desconocido. La incertidumbre agobia el alma y obnubila el pensamiento. Contra toda lógica lo inesperado se abre paso, irrumpe en la cotidianidad. Por arte de birlibirloque un outsider, un consolador del pueblo, un fecundo palabrero que canta, baila, vocifera, insulta, ríe y hace reír a la masa ha trepado al pináculo del poder.

Habrá muchos que dirán: “esto no es ficción, es historia real, la hemos vivido, la estamos viviendo todavía, la viven hoy varios pueblos en América Latina, en Europa y aún los Estados Unidos”. Si hace cincuenta años Louis Pauwels y Jacques Bergier hablaban del retorno de los brujos, hoy podemos afirmar que son los necios los que se han confabulado para gobernar el mundo, pues como en los viejos tiempos del fascismo otra vez se oye en las calles de muchas ciudades de América la voz estentórea del bárbaro que grita aquello de “los necios unidos jamás serán vencidos”. Tras la máscara del payaso el necio busca fascinar a la multitud con su retórica vacua salpicada de broma, chiste y la maligna zancadilla. No son pocos los que creen que el poder se ha convertido en trágica bufonada. No hay duda el circo está hoy de moda. Para desdicha de la democracia esta es la marca de estos días.

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De esto trata Anaconda Park, la oportuna y sugestiva novela de Jaime Marchán que hoy presento ante ustedes. La historia que narra esta novela es un vívido testimonio del presente, su lectura nos deja la sensación de lo déjà vu, una ficción extraída de la pantanosa realidad en la que chapotean aquellos pueblos que claudicaron de la sensatez y cayeron en el engaño de falsos redentores que convierten países prósperos en sociedades infelices.

En Anaconda Park, realidad y fábula se miran y reflejan de tal forma que el lector, a poco de sumergirse en sus páginas, se involucra en su trama como si hubiese ingresado a un callejón de espejos, pues no sabe si lo que está leyendo es el relato de una pesadilla con visos de realidad o, al contrario, la realidad con visos de pesadilla.

Máximo Viaspuentes es el protagonista de esta novela, se lo presenta como un Ingeniero de origen humilde y “atormentado carácter”. Es un técnico constructor con rasgos de obcecado fanático que asciende gracias a su tenacidad, a su voluntad de hierro. Es un personaje que desde su infancia trae el alma torcida por privaciones y humillaciones, circunstancias que harán de él un hombre resentido con la sociedad, vengativo y violento. Mente obtusa, voluntad férrea y corazón ardiente de rencores viejos y recientes. “Tendría que llegar alto, muy alto para poder cobrar todas las deudas de su vida”,(70) explica el narrador que se autocalifica de “omnisciente”. Una vez que Viaspuentes asume todos los poderes de esa república cuyo nombre no es revelado (y que in mente y gracias a los guiños del autor, el lector sabe de qué país se trata), su gran cometido es “devolver al pueblo la esperanza”. ¿Qué significa esto para un demagogo como él? Algo simple y complicado a la vez: librarle a la gente de su más grave dolencia: la crónica melancolía que la mantiene en la inercia, en la abulia. Viaspuentes la denomina “tristura”. La tristura de la que habla este demagogo no es la tristeza por todos conocida, sino una plaga, una peste, como él dice: “un trastorno que afecta algo más profundo: el espíritu del pueblo”. La tristura, según Máximo Viaspuentes es un mal invisible y contagioso que aumenta cada día. ¿Y cuál es la causa de este extraño mal colectivo? ¡Ah, aquí está el sabio taumaturgo devenido en presidente de un país triste para dar una explicación! Dice: “la causa de esta peste no es una bacteria ni un germen sino la falta de credibilidad y confianza en la clase política, en los gobernantes”. (53) Bueno, ya tenemos el diagnóstico del terrible mal que aqueja al pueblo, ya sabemos cuál es su causa, falta indicar el procedimiento, la receta para su curación. Es algo muy sencillo dice este homeopático de la política: el remedio está en la ludoterapia. El antídoto está en la risa, en el jajaja colectivo. ¡Qué bien! Todos pues a divertirse, a reír, a jugar, a olvidar la pena. Es así como Máximo Viaspuentes y su incondicional gallada inventan un peregrino proyecto político al que llaman “la revolución lúdica”.

Ya tenemos pues la palabra mágica con la que se debe rotular cualquier aventura política para tener el éxito deseado, la palabra “revolución”. Si hoy no estás en una revolución, no estás en nada. Así pues, hay que ser revolucionario porque así estás en onda. Revolución, una palabra que de tanto llevarla y traerla ha extraviado su original sentido humanista. Ya de ello, nadie se acuerda. Así pues, la Revolución lúdica resulta ser un disparatado proyecto con el que su iluso mentalizardor pretende curar al pueblo de la tristura mediante la diversión, la risa, la recreación, la expansión del ánimo. Y todo es gratis porque la Revolución lúdica es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Tal es la nueva concepción de la democracia para este alucinado ludopolítico, ludopresidente y ludoterapista. El pueblo olvidará su tristeza, sus problemas y, sobre todo, olvidará los verdaderos males que aquejan al país: la pobreza, la corrupción de la elite gobernante, la deuda externa, los contratos millonarios discernidos a favor de la gallada del régimen, la falta de libertad de opinión, los presos políticos que aumentan cada día, la persecución a los líderes de la oposición.

El proyecto central de la Revolución lúdica es la construcción de una cadena de parques de diversión que están localizados en varias zonas del país; en la capital, en el sur, en la costa, en la amazonía, en fin. En la capital del país se edifica el más descomunal de estos complejos: el Anaconda Park a costo de miles de millones de dólares. El visitante puede pasar allí días enteros disfrutando de juegos mecánicos, circos, lagos, estadios y miles de pasatiempos, sobre todo de una gigantesca anaconda de hierro y cristal que se eleva sinuosa sobre el suelo y en cuyo interior hallan cabida vías férreas, autopistas que corren por kilómetros y kilómetros, algo en verdad alucinante y estrafalario. Y aunque la patria ha sido enajenada al capital extranjero, no importa, ahora la alegría ya es de todos, la Revolución lúdica es un éxito, se convierte en el gran proyecto nacional, el líder que lo creó pasa a ser un personaje idolatrado por muchos y aborrecido por otros. La imagen aureolada del líder llega a todas las retinas, su voz, su risa, sus burlas llegan a todos los oídos de los habitantes de ese feliz paisito que de banana república pasó a ser ludorepública. Viaspuentes está orgulloso de su obra, el pueblo contentísimo (al menos eso dicen unas manipuladas encuestas). Ha llegado pues la hora de manipular las leyes para hacerse reelegir indefinidamente. Viaspuentes impone un régimen autoritario, se convierte en un tirano, persigue a quienes lo contradicen. Pan y circo para el pueblo, la cárcel y la tortura para los que se oponen a su tiránica megalomanía. Una vez que ha impuesto un régimen represivo y de temor, el dictador se apodera de todos los poderes del Estado. Ahora, el miedo es de todos.

Anaconda Park es una novela distópica en el sentido de que describe una sociedad indeseable en la que se tergiversan los valores de convivencia social tales como la libertad individual, la justicia, el rol protector del Estado; en vez de esto, impera un régimen policial que instaura un dogma, una idea que todos deben seguir, controla el pensamiento de los ciudadanos, coarta la libre expresión de las ideas e instituye una estructura represiva que ahoga las iniciativas de los individuos. Si una novela utópica pinta una sociedad ideal a la que se desería llegar, la novela distópica presenta una sociedad traumática en la que nunca quisiéramos vivir.

La literatura distópica surge en épocas de crisis de las sociedades, su función ha sido la de incitar a la reflexión y al autoanálisis de las situaciones negativas que vive esa sociedad a través de un relato fantástico en el que ocurren historias parecidas a las de la vida real. En una ficción distópica se presenta una comunidad en la que su búsqueda de felicidad se trastoca y en vez del bienestar reina el sufrimiento, la degradación de la vida. Tanto los relatos utópicos como los distópicos tienen una estructura metafórica y simbólica. Esto es lo que se destaca en la hábil construcción semántica de Anaconda Park. El arte literario está justamente en la capacidad de desplegar todo un escenario complejo de una experiencia colectiva a través de una fábula generalmente disparatada en la que se refleja, por la vía del absurdo, las controvertidas aventuras de un régimen autoritario.

Y hay algo más, Anaconda Park es una novela rica en significaciones, en ella abunda toda una trama de claves, de implicaciones semánticas y míticas que un lector culto podría degustar para placer de la inteligencia. Sería largo desentrañar toda esa madeja de implicaciones que se entrecruzan en la trama de este relato. No pasaré por alto dos aspectos que personalmente me cautivaron. Voy primero al significado que cobra la serpiente en esta novela ya que se convierte en una imagen emblemática que traspasa la obra entera, desde el título hasta el último capítulo. La anaconda llega a ser el símbolo de ese régimen autoritario que instaura Viaspuentes en ese sufrido país. La anaconda de hierro y vidrio que, en forma de túnel, avanza kilómetros por la geografía de ese país es la imagen del monstruo devorador de un pueblo iluso que cae alucinado en las fauces del gran ofidio.

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La serpiente es una imagen pletórica de significado mitológico. Está presente en todas las culturas y en todas ellas hay una coincidencia en lo que respecta a su oculto simbolismo. La serpiente evoca el poder de la seducción. A través de ella se consuman los procesos de involución, el triunfo de lo inferior sobre lo superior. La sierpe no es el símbolo de la culpa personal sino del principio del mal, de todo lo que es inherente a lo terreno. La sierpe está unida a lo primigenio, a lo telúrico, a las fuerzas cósmicas. Y así como la sierpe muda de piel representando con ello una constante resurrección, tampoco el mal muere, cambia constantemente de formas, de caras, tal es su poder de permanencia. Existen también otros significados, esta vez positivos, de la serpiente lo cual muestra la enorme riqueza de este símbolo que está presente en el pensamiento de la humanidad a partir del mito bíblico de Eva y Adán.

Otro de los símbolos que están gravitando en esta novela de Jaime Marchán y que ha sido cuidadosamente insertado en varios capítulos es el símbolo de Prometeo, el titán griego a través del cual la raza humana conoció el fuego como símbolo de las artes y el progreso. Si el tirano Viaspuentes tiene su símbolo en la descomunal anaconda como monstruo devorador e imagen del mal, el doctor Revelo, es su antagonista no solo en la acción sino también en un sentido semántico, pues el médico se enfrenta al poder del tirano. Con su ciencia, Revelo demuestra que la irrisoria teoría de la tristura explicada como una peste contagiosa es una idea falsa y debe ser rechazada. Decir la verdad significa desafiar la voluntad omnímoda del tirano, es pasarse al bando de los opositores. Sostener esta verdad objetiva e incuestionable le cuesta al valiente doctor Revelo sufrir muchos años en la cárcel. En la prisión pasa sus tristes horas recordando fragmentos enteros de uno de sus libros preferidos: Prometeo encadenado de Esquilo. Revelo es, a su modo, otro Prometeo, un hombre que posee una verdad y su libertad de conciencia como únicas armas para desafiar a un intolerante tirano. El espíritu vencerá al fin a la fuerza bruta del necio.

Muchos otros aspectos se podría analizar en la novela de Jaime Marchán. Yo he disfrutado de su lectura, he apreciado su prosa clara y sugerente, su bien pensada estructura narrativa, un relato dividido en cinco partes, y cada parte en cinco capítulos y cada capítulo en cinco subcapítulos lo cual le confiere un ritmo pentámetro semejante al de una obra musical de contornos agradables. Anaconda Park es una de esas novelas de lectura indispensable hoy en día; una radiografía descarnada de un país que en su búsqueda de días mejores sucumbe al engaño de falsos redentores que, una vez instalados en el poder, olvidan las promesas de justicia y prosperidad que inicialmente ofrecieron y, en contra de la voluntad del pueblo, instalan un régimen de oprobio y miseria. Es entonces cuando lo indeseable se instala en la vida de nuestros ciudadanos. El libro de Jaime Merchán nos despierta, sacude y alerta. Tal es su cometido, tal es su valor y su fuerza.

El Libro:

 

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