Transgredir para Historiar, la prospectiva narrativa de Mario Szichman

El profesor Luis Javier Hernández, analiza en su libro «Transgredir para Historiar, la prospectiva narrativa de Mario Szichman» la obra del autor Mario Szichman, entre ellas las obras editadas con la editorial Verbum «Eros y la doncella» y «La región vacía» de los que os ofrecemos un pequeño adelanto:

LA REESCRITURA COMO FORMA DE TRANSGRESIÓN HISTÓRICA

En la novela Eros y la doncella (2013), la historia cronológica-conmemorativa se ve intervenida a través de la historia ficcional, y en esa intervención, el hecho histórico es sustituido por cuerpos que reclaman su espacio en la escena literaria creando una nueva lógica de sentido a partir del paralelismo simbólico entre discurso erótico y discurso femenino encarnado en el cuerpo de la doncella, un afilado instrumento que cambia la historia e invierte las causalidades, lo profano suplanta lo sagrado, lo malo a lo bueno; en fin, la metáfora femenina no solo mutila los cuerpos, sino que cambia destinos sociales: “Estilizada como una escuadra de carpintero, escueta como un atril, virtuosa como un altar, la doncella aguarda la llegada de su amante. La doncella no es ávida, aunque sí insaciable. Su amante lo sabe, y nunca le ha quitado sus raciones. Pero Maximiliano Robespierre no acudirá a la cita, esta, su última noche en la tierra.”

Con la anterior expresión comienza la novela, y en lectura inicial la referencialidad apunta hacia una doncella de carne y hueso, pero que paulatinamente se va materializando en el acto recurrente del encuentro entre Tánatos y Eros en medio del descorrer los tiempos ficcionales. La doncella aparece y desaparece entre tiempos e historias; ora como centro de la referencia textual, ora como testigo silente, punto

de observación del desencadenamiento de los hechos que giran irreversiblemente entre Tánatos y Eros; espacios enunciativos desde donde la muerte y el deseo se convierten en espectáculo, pero al mismo tiempo, en cultura abyecta que trastoca los niveles referenciales éticos-históricos.

Diversas instancias abren perspectivas actanciales que van a determinar los hechos desde los cuerpos desbordados en pasión, cuerpos de la subversión literaria desde donde se enuncia desde la particularidad y la creación de espacios de significación que recrean acontecimientos más allá de lo estrictamente histórico. Más bien, desde la desacralización de los espacios históricos, tal cual la Revolución, equiparada a los carruseles que producen ilusiones dentro de los burdeles; esos espacios de la tentación y el pecado que dan destellos de felicidad, al mismo tiempo de permitir el encubrimiento y la simulación, bajo los develamientos de la periferia a razón de microfísica del poder :

La Revolución era como esos carruseles que habían comenzado a aparecer en los burdeles para exaltar los encantos de las pupilas. Cada vez giraba más rápido, cada vez iba desterrando con más vigor a aquellos que se iban escurriendo hacia sus orillas. No se sabía qué era más precario, si los cuellos de los convencionistas, o el sitio que les reservarían en el Panteón a los muertos todavía compartidos. Y solo Robespierre se mantenía en el centro del carrusel, cercenando las amenazas a su poder gracias a la doncella, su inclemente prometida.

Los giros del carrusel impelen a los personajes hacia el desborde y el abismo dentro del espacio orgiástico que significa la revolución. Demarcando el centro actancial a partir de uno de los personajes embrague de la novela. Robespierre como quien mueve los hilos entre la vida y la muerte; el placer y el espectáculo de los cuerpos, donde su mismo cuerpo será parte de esa dialéctica de la muerte: “Solo Robespierre avanzaba sin mirar a derecha o a izquierda, despiadado, arrollador, sin flaquear cuando se trataba de descabezar a sus amigos o de acabar con sus viudas, impasible, virgen y asexuado.” […]

LA REGIÓN VACÍA.

LA RECOMPOSICIÓN DEL ROMPECABEZAS

La región vacía (2014) es una admirable novela que privilegia la imagen como mecanismo generador de discurso, que desde su mismo comienzo, cuando un periodista revisa junto al personaje Marcia fotografías sobre el 11 de septiembre, para tratar de buscar indicios reveladores a través de los instantes gráficos plasmados en las imágenes que permitan reconocer personas fallecidas en el fatídico acometimientos. Y en esa revisión-recorrido de difusas aristas emergen los fantasmas que reconstruyen sus propias historias, otorgando una profunda autonomía dentro del relato; autonomía que genera más incertidumbres que certezas, tal y como queda expresado en la siguiente afirmación textual: “El periodista esperó con paciencia a que Marcia volviera a revisar la fotografía. Cada familiar de algún muerto parecía replegado en el día anterior, coexistiendo con fantasmas a través de los cuales la vida fluía como en un desagüe roto.”

Esta incertidumbre en la búsqueda del reconocimiento produce el ingreso de la memoria y la imaginación como los grandes artífices para el otorgamiento de sentido al acontecimiento ocurrido. Porque en el no-reconocimiento de los hijos de Marcia en las fotografías es donde se produce la ‘movilidad textual-accional’ de la novela. Ya que la fotografía es todo un enigma que dificulta el reconocimiento; lindando

entre lo fantasmal y lo real; fluctuando entre el color y el blanco y el negro que hacen confundir las imágenes entre luces y sombras. Imágenes cromáticas y monocromáticas se suceden en un mismo instante representado por la estructura de las Torres Gemelas que ya no está, y la confusión panóptica de los personajes de las fotografías que caen o se zambullen en el vacío.

Son cuerpos sin rostro definido –pareciera tener barba-lo que dificulta su identificación pero potencia el simbolismo. A partir del anonimato se transfigura en enigma; cadáver que se hace interesante a partir de la intriga y el anonimato, produce incertidumbre dentro de la búsqueda de las certezas. Al mismo tiempo que en la foto se mantiene con vida mientras va en caída libre hacia la muerte, transformándose la fotografía en el congelamiento del instante, la suspensión de la vida y prolongación de la existencia desdoblada en imagen estética. Porque en esta novela la fotografía abandona los ámbitos de la tragedia y se transforma en arte: “La parte derecha de la torre estaba rayada por líneas verticales blanquecinas y grisáceas que avanzaban hacia la parte izquierda hasta convertirlas en líneas agresivamente blancas y negras. El hombre parecía desplomarse en el eje de esa composición, en el centro exacto de una vertical línea blanca. Su pierna izquierda estaba plegada, su zapato se apoyaba en el tobillo derecho.”

El acontecimiento se traslada a los escenarios estéticos para transformar la realidad que se hace coleccionable por parte de los fotógrafos o cronistas gráficos de la historia, sucesos gráficos que permiten crear la nueva causalidad que sustentará la historia textual desde los ámbitos de la ficción:

—Richards Drew. El fotógrafo se llama Richards Drew —dijo el periodista. Tenía una forma extraña de hablar, pensó Marcia, parecía haber memorizado las palabras—. Fotografió a Robert Kennedy cuando lo asesinaron en Los Ángeles. Fotografió a la viuda de Kennedy cuando lo insultaba, exigiéndole que dejara de sacar fotografías de su esposo muerto. Drew guarda en su casa la camisa ensangrentada de Robert Kennedy, como un trofeo. […]

Los libros:

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