Terco, tenaz, cantando una cancioncilla

José Prats Sariol habla sobre el estado de cuba, el exilio y sus escritores en este artículo de «El diario de Cuba».

¿Podemos llamarnos cubanos los escritores nacidos en la Isla que seguimos escribiendo en español pero no vivimos —tal vez nunca volvamos a vivir— en un país carcomido por un engendro de socialismo; también víctima de un chantaje —la amenaza de una crisis incontrolable— que toleran EEUU y sus aliados?

Recuerdo que los escritores —como cualquier cubano exiliado— solo disfrutamos el derecho en lo que aún llamamos «patria» de enviar remesas y de paso ayudar a la cara manutención de la elite. O de ir a gastar allá dentro, si no estamos en la lista de personas no gratas. Y aquí entra a cuento —casi de novela gótica— la brújula de este artículo: el verso de «Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto», uno de los poemas fuertes en español del pasado siglo, escrito por Gastón Baquero en su piso madrileño, en 1973.

Acabábamos de regresar del acostumbrado almuerzo en casa de nuestros vecinos Guada y José Kozer cuando busqué y releí el más autobiográfico de los poemas que compusiera Gastón en su largo exilio, al desdoblarse en Anaximandro y Proust. Quizás porque entrega una respuesta a la dictadura: «Terco, tenaz, tarareando una cancioncilla». Y porque casi siempre me valgo del musical extrañamiento de una canción para que la roña o la desesperanza no destroce al halar.

De inmediato lo relacioné con otro poema que fortuitamente había leído por la mañana al hojear Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, conseguido el viernes en un raro remate de libros que me cruzaron en el camino para que recordara mis dos bibliotecas perdidas, la cubana y la mexicana… Se trata de «Los cisnes», dedicado a Juan Ramón Jiménez, en cuyo poema eI aparece el siguiente verso: «A falta de laureles son muy dulces las rosas». Del Gobierno y sus instituciones culturales los escritores que vivimos fuera de Cuba no podemos esperar ningún apoyo o reconocimiento. Ningún laurel. Nosotros mismos nos debemos dar las rosas…

Las excepciones justifican la regla, la represión. Hay consenso en que se trata de una maquiavélica política de látigo y zanahoria más vieja que Matusalén, calcada de la Roma de Augusto, cuando el emperador destierra a Publio Ovidio Nasón a Tomis (hoy Constanza, en la actual Rumanía) y allí muere el célebre autor del Ars amandi.

Le conté a Kozer que el pasado mayo se organizó en París una excelente jornada: «Francia en José Lezama Lima«, que tuvo por sede la École Normale Supérieure. Los organizadores, encabezados por Armando Valdés-Zamora, fueron magos financieros para garantizar el evento, con diversas colectas y subvenciones de La Sorbonne y otras universidades. Para unos días después se anunciaba en el mismo salón un homenaje a García Márquez, financiado por el Gobierno colombiano y con el apoyo logístico —publicidad, folletos, recepciones— de su embajada en París. Allí le comenté en el pasillo a Abilio Estévez que los cubanos no podíamos contar ni con un vaso de agua en la que se supone sea nuestra embajada en la capital francesa. La misma capital que no hace tanto recibió a Raúl Castro —y al orangután de su nieto— en el Palacio del Elíseo.

Conversé con José Kozer —uno de los poetas vivos más relevantes entre los que escriben en español— que nunca mientras viviera fuera del país recibiría el Premio Nacional de Literatura. Coincidimos en que ni siquiera en su caso. Aunque excepcionalmente ha sido publicada en Cuba, hace varios lustros, una breve antología, en atención a su silencio en temas políticos; lo que trajo como consecuencia que visitara La Habana, colaborara —como otros pocos— a la propaganda del régimen.

Si ni un Kozer «neutral» debe soñar con ese premio —por lo demás otorgado recientemente a gente tan disímil como un etnógrafo, Rogelio Martínez Furé, o un editor, Eduardo Heras León—, ¿qué pueden esperar —en realidad no lo esperan, porque se avergonzarían— escritores como José Triana, nuestro más fuerte dramaturgo vivo; o poetas como Manuel Díaz Martínez, que sí han comprometido su nombre al denunciar las censuras de libros o el nepotismo, las golpizas a las Damas de Blanco?

Una ingenuidad garrafal de los escritores cubanos exiliados sería fabricar esperanzas. La del premio es solo una de ellas… Otra sería no sentirnos tan cubanos, en Miami o París, en Madrid o Ciudad de México, como Roberto Fernández Retamar y demás fanáticos y mayordomos del castrismo. Otra más es creer —le comentaba a Kozer— que la política del régimen cambiará paulatinamente tras la salida de Raúl Castro de la presidencia, porque le haríamos el juego al astuto continuismo.

Lo mejor en 2017 es seguir diciendo que a falta de laureles «patrios» son muy dulces las rosas. Y que terco, tenaz, el legítimo disidente no traiciona su causa. Paga lo que vale sentirse libre. Tararea. Canta con Celia Cruz: «Cruzando fronteras, voy sobreviviendo».

 

El artículo original:

http://www.diariodecuba.com/cultura/1505043969_33868.HTML

 

¿Te ha gustado esté artículo? Déjanos un comentario.