Carlos Montenegro nació en Caramiñal, Galicia, en el año 1900. A los siete años emigró a Cuba junto con su familia. Cursó sus primeros estudios en un colegio religioso de Guanabacoa. Luego por necesidades económicas sus padres decidieron trasladarse a Argentina, donde la familia residió durante once meses.

A los catorce años, Montenegro se alistó como grumete en un barco de cabotaje, La Julia, bajo la supervisión del ex-patrón de su padre en Galicia. A partir de entonces hizo vida marinera en diversas compañías de navegación y por puertos de Centroamérica, México, Cuba, Estados Unidos y Canadá. Estuvo preso en Tampico, en pleno apogeo de la Revolución Mexicana, pues fue acusado de ser agente estadounidense y de pretender vender las pistolas del barco donde trabajaba a un armero de la ciudad. Finalmente consiguió escapar, y a partir de entonces desempeñó numerosos oficios (marino, obrero fabril, minero) lo cual le aportó experiencia que luego aprovecharía en sus narraciones.

En 1931, Montenegro se dedicó al periodismo y se involucró profesionalmente en varios de los proyectos intelectuales de la generación del ‘23. A partir de esos años se fue consolidando en él una formación autodidacta que lo llevaría a convertirse en uno de los intelectuales cubanos más singulares de su tiempo.

Al triunfar la Revolución Cubana en 1959, Montenegro decidió marchar primero a México y luego a Costa Rica, para finalmente radicarse en Miami. Dejó inéditos varios textos, entre ellos la novela El mundo inefable -donde narraba sus antiguas peripecias en la cárcel mexicana de Tampico-, en la que llevaba trabajando varios años. Calificado como el Gorki cubano por los integrantes del Grupo Minorista, Carlos Montenegro desarrolló una obra narrativa que se caracterizó por un marcado carácter realista y testimonial, por el empleo de un lenguaje popular y por el reflejo de conflictos sociales.

Cuando tenía diecinueve años de edad, Montenegro mató a un hombre en el puerto de La Habana, y por ello fue condenado a catorce años, ocho meses y un día de prisión en el Castillo del Príncipe, donde estaba ubicado el Reclusorio Nacional. En la biblioteca de la cárcel comenzó a estudiar con intensidad, y conoció a varios intelectuales y estudiantes revolucionarios, entre ellos a Pablo de la Torriente-Brau y José Zacarías Tallet, quien trabajaba allí como contador.