Respirar otra lengua, por Consuelo Triviño

Consuelo Triviño, autora de «La semilla de la ira«,»La casa imposible» y «Pompeu Gener y el modernismo» es ponente en las
VIII Jornadas Didácticas de Difusión en Madrid y reflexiona en difusión.com sobre su experiencia en Madrid como hablante de la variante colombiana del español.

En una oportunidad fui invitada a un encuentro de escritores hispanoamericanos residentes en distintos países europeos, que tenía lugar en Dinamarca bajo el lema “Escribir en otra lengua”. Cuando les dije que vivía en España respondieron que mi perfil no encajaba con los temas que se tratarían. Argumenté que mi caso podía ser distinto, pero que se me planteaban otros problemas, ya que en España yo hablaba la misma lengua, pero no el mismo idioma.

No me refiero sólo a variables regionales, sino a matices que van más allá de la semántica. El español hablado en Colombia suele ser muy valorado en España donde los colombianos tenemos fama de “hablar muy bien”. No obstante, a lo largo de mi estancia en el país, hubo momentos en que percibí la extrañeza de mi interlocutor ante determinada expresión no reconocida y, a la vez, en la vida cotidiana, a fuerza de cortantes respuestas, acabé por comprender que en el Madrid de los ochenta que me acogía hablaba la misma lengua pero no, como he dicho, el mismo idioma. Las cosas que pedimos no reciben los mismos nombres en los restaurantes, ni el en mercado, o el lenguaje de la administración está provisto de un léxico que hay que aprender para obtener lo que se busca.

No es lo mismo un “tinto” en España que en Colombia. Es fácil imaginar el desconcierto que contaba entre risas don Dámaso Alonso cuando, al llegar por vez primera al aeropuerto de Bogotá, a las cuatro de la madrugada, la persona que lo recibió le preguntó: “¿Le provoca un tinto?”. Y es que en España a las personas tampoco les “provoca”, ni un tinto ni un café. Recuerdo haber salido de una tienda de ropa con una mezcla de rabia y frustración cuando pregunté “cuánto valía un saco de cuello tortuga”. La respuesta de la vendedora me pareció más que agresiva cuando me respondió que aquello no era un “saco”, sino un “jersey”, que no era de “cuello de tortuga”, sino de “cuello de cisne”.

El léxico se aprende y acabas pidiendo en el mercado un “filete de añojo” y no un “cuarto de centro de cadera”. Pero el aprendizaje del léxico no le asegura al extranjero hispanoamericano integrarse “como uno más”. Podrá modular otros acentos hasta acercarse al del país, pero una parte de su ser, sin duda, permanecerá silenciosa, casi muda. Dormirán dentro de él las más profundas manifestaciones de afecto, las expresiones que únicamente compartió entre los suyos.

 

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