La idealización del mercado

La revista francesa de Ciencias Sociales Amnis publica el artículo de Miguel Catalán, «La idealización del mercado», que reproduce un capítulo de Mentira y poder político. Seudología VII.

 


Este artículo estudia desde una perspectiva crítica el fenómeno de la idealización del concepto económico de « Mercado ». El proceso ideológico de la idealización del Mercado ha sido llevado a cabo tanto por el liberalismo clásico de los siglos XVIII Y XIX como por el neoliberalismo surgido en los años 80 del siglo XX en Estados Unidos y el Reino Unido. Al idealizar las funciones económicas del Mercado, los elementos ideológicos del liberalismo y neoliberalismo han entronizado las fuerzas ciegas de la oferta y la demanda como jueces de la actividad humana, no sólo desde el punto de vista económico, sino también moral y religioso. El presente artículo expone las falacias, sofismas y eufemismos asociados a este fenómeno que permea la actual realidad sociopolítica.

 

El reparto de la renta depende siempre del reparto del poder

John Kenneth Galbraith

1 El naciente capitalismo industrial arrumbó desde la segunda mitad del siglo XVIII con los viejos sistemas de legitimación del orden social para sustituirlos por el paradigma del Mercado. Bien representado por la ficción de la « mano invisible » que armonizaría de forma casi milagrosa los intereses privados, Adam Smith y sus discípulos de la escuela escocesa transfirieron el papel legitimador de las grandes diferencias sociales al libre mercado en la medida en que se suponía regulaba el conjunto de la sociedad con justicia oculta o indirecta.

  • 1 Smith, Adam, Investigación sobre la riqueza y causas de la riqueza de las naciones, vol. I, Barcelo (…)

2 A justificar la desigualdad social, la ideología del libre mercado pronto permitiría elevar la competición económica entre individuos a principio moral supremo. El mercado, tanto en la versión liberal del siglo XIX como en la neoliberal que llega hasta nuestros días desde los años ochenta del siglo XX, tomó el testigo legitimador de la vieja figura del Dios providente que dispensaba a ricos y pobres una justicia demasiado elevada como para ser comprendida por sus criaturas más débiles. La eviterna alianza de los pudientes y los poderosos encontró una coartada perfecta en la doctrina del laissez faire, laissez passer de los fisiócratas franceses del siglo XVIII ahora respaldada por una invisible hand que dirigía de forma insondable en beneficio de la comunidad las transacciones individuales en busca del mero provecho particular. Revisemos al Adam Smith de La riqueza de las naciones : « Por regla general [cada individuo] no intenta promover el bienestar público ni sabe cuánto está contribuyendo a ello. Prefiriendo apoyar la actividad doméstica en vez de la foránea […] sólo busca su propia ganancia, y en este como en otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no entraba en sus propósitos »1.

3 Smith convierte el cálculo egoísta que en realidad rige sólo algunas de nuestras acciones en el único móvil económico (el « egoísmo racional del individuo » utilizado en los cómputos económicos tras barrer de un plumazo la colaboración altruista no menos racional o instintiva) y luego legitima el resultado de la competencia egoísta por la vía sobrenatural de un télos o finalidad de eco teológico (el « objetivo » beneficioso promovido por la mano invisible). El papel seudológico de la moralización del mercado de Smith resulta evidente en la Teoría de los sentimientos morales. Este libro nos revela tres estimaciones de Smith : que la sublime mano invisible transformadora del interés privado en bienestar colectivo está inspirada en la Providencia divina, que el orden económico derivado del capitalismo sin trabas forma parte del orden de la naturaleza querido por Dios, y que la pobreza es un estado no sólo natural, sino justo y deseable. Smith indica allí que, aun cuando los ricos sólo persigan satisfacer « su natural egoísmo y avaricia […], una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en partes iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad, y aportan medios para la multiplicación de la especie ». A continuación Smith lleva al origen de la humanidad, como si hubieran sido impuestas por Dios, las grandes desigualdades en el reparto de la tierra y otros bienes naturales que son propias de edades posteriores :

  • 2 Smith, Adam, La teoría de los sentimientos morales, Madrid, Alianza, 1997, p. 333.

Cuando la Providencia dividió la tierra entre unos pocos patronos señoriales ni olvidó ni abandonó a los que parecían haber quedado excluidos del reparto. También estos disfrutan de una parte de todo lo que produce. En lo que constituye la genuina felicidad de la vida humana no están en ningún sentido por debajo de quienes parecerían ser tan superiores a ellos. En el desahogo del cuerpo y la paz del espíritu todos los diversos rangos de la vida se hallan casi al mismo nivel, y el pordiosero que toma el sol a un costado del camino atesora la seguridad que los reyes luchan por conseguir.2

  • 3Ibid., p. 423.
  • 4Ibid., p. 421.

4 Smith yerra al retrotraer al origen de la humanidad la existencia de latifundios y de grandes terratenientes, pues en origen la tierra fue realmente propiedad comunal ; por tanto, yerra también al atribuir a la voluntad divina la coexistencia en un mismo grupo social de magnates y harapientos. Este fragmento del filósofo del capitalismo industrial resume todos los prejuicios y sofismas que legitiman la existencia del ejército de pobres surgida con el nacimiento del Estado, si bien con la novedad de que el orden ocultamente justo de desigualdad natural querido por Dios se manifiesta ahora en el mecanismo de la creación y distribución de riqueza del nuevo sistema económico. Las enormes diferencias de renta son naturales, no artificiales y forman parte del orden económico tan justo como indiscernible diseñado por la Providencia divina ; de tal forma, los dueños de las armas, las tierras y el dinero se encuentran en realidad agobiados por sus lujos y faltos de una tranquilidad de espíritu que colma la vida muelle de los mendigos despreocupados tomando el sol. Como siempre lo estuvo para el estrato superior de la sociedad, todo está ordenado por el Supremo para el bienestar general, y si queremos este buen fin debemos querer también los medios, que son el egoísmo y la rapacidad desatados como únicos motores de la vida económica. Así como Dios puso sobre la tierra a unos pocos señores, dispuso también que fueran sólo unos pocos los propietarios del suelo, los bienes y los medios de producción. Los marginados de ese reparto no deben hacerse demasiadas preguntas por su situación, pues ya hay detrás del mecanismo general de la economía una mano invisible regida por un propósito supremo que sabe más que ellos : «El cuidado de la felicidad universal de todos los seres sensibles y racionales », afirma Smith, «es la labor de Dios, no del hombre »3. La injusticia, por otra parte sólo aparente, es necesaria. Forma parte de las leyes de la economía que no son sino leyes de la moralidad tan implacables como las de la naturaleza, concebidas por el Supremo con el único fin de la felicidad general. Todos los seres y aconteceres se encuentran «bajo el inmediato cuidado y protección del magno, benevolente y omnisciente Ser que dirige todos los movimientos de la naturaleza »4.

Miguel Catalán

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El Libro:

 

 

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